Allá, encañonado, culebrea el río Cauca. En lontananza, el horizonte se amuralla en contra fuertes rocosos con visión alterna de pizarras, árboles robustos y verdes pastizales en donde ramonea la vacada. Es sibarítico el paisaje. Nubes lejanas palmotean las breñas y por los peñascos se descuelgan tímidas hebras de agua, que el sol a la distancia, parece convertirlas en líquido ripio de cristal. Cansan la vista los glaucos cafetales. La vida fluye en las viviendas campesinas adornadas de begonias y platanillas en flor. Saltan cacareando las aves de corral, ladran los perros, asciende el tibio olor de los ordeños, corren los becerros, y se escuchan las indecentes interjecciones de una peonada liberal.
Estoy en el balcón de Bitelio un sesentón de piel rosada, ojos de fatiga y una pulcra indumentaria que cubre el árbol de su cuerpo. Nos desmontamos aquí, en Risaralda, después de una intensa jornada electoral en Anserma. Atrás quedaron los fiambres calientes envueltos en hojas de congo, el entusiasmo llorón de Macaco, las emotivas peroratas de Juan Carlos Montoya y Ómar Reina, más las consignas precisas del comandante Yepes. Desde aquí oteamos el valle de Sopinga, los nerviosos movimientos de las Canchelos que retozan sus perezas sobre los arenales del río materno, los vaqueros a horcajadas de potros criollos, y una alineada marcha de ganado que, en fila india, se dirige hacia los abrevaderos.
Tiene Bitelio una gigantesca colección de música. ¿Quién puede hablar ahora si Carlos Gardel ha tomado posesión de esta bohardilla encantada? ¿Quién saca voz si las Hermanitas Padilla resucitan saudades con “amor maldito”? ¿Qué espacio dejan Carlos Roldan y Julio Martel con sus voces líricas y esos tonos de arrullo para enamorar doncellas? Estaban programadas las conferencias. Sin embargo, preferimos hacer un condumio de bohemia, descubriendo las cicatrices que dejaron díscolas mujeres, deshilachando las entretelas del corazón.
Qué deliciosas son las parrandas en las fondas campesinas. Cuántas veces nos apeamos en esas bulliciosas tabernas veredales, rogados por los aldeanos en jolgorio. Son baquianos para amarrar las bestias enjalmadas de los horcones, dejando mínimos espacios para el sofoco de los resuellos. La camaradería abre confianzas, todos sentados sobre bultos de café y liadas pacas de panela. Los parroquianos se vuelven efusivos, parlan a gritos y pronostican la abundancia de las próximas cosechas. En esos bacanales hacen confidencias de faldas, rompen candados para hablar de sus travesuras de alcoba y entre copa y copa extienden en el reverbero de las aras el humeante tejido de sus penas.
Risaralda está empotrada sobre un vértice escurridizo, convertida en barandilla para degustar, por todos los costados, el banquete interminable de las acuarelas de una naturaleza pródiga. Con historias humanas exaltables. Aquí nació Ovidio Rincón que en los solsticios meditabundos escribió “El Metal de la Noche”; Amparo Sánchez Londoño, Carlos Arboleda González, Jorge Giraldo Montoya, Roberto Vélez Correa; de esta tierra Braulio Alzate, amigo entrañable del Mariscal, Benjamín Henao discípulo de Hipócrates y Héctor Helí Orozco, abogado, negro bacano, de ojos atigrados y espíritu revolucionario.
En Risaralda el nombre de Bitelio tiene peso sentimental. Él representa a Baco, dios pagano y licencioso, con la tronera de los nepentes que alteran los escondidos recodos del alma. Nadie hace camorras donde Bitelio. El suyo es un vaticano orientado por Alexánder Valencia, Zoilo Bermúdez, Delio Jaramillo y Luis Valencia, todos de coraza azul. Ellos reparten credenciales a una selecta cofradía de fiesteros que conocen el secreto de las alquimias del amor con la nostalgia. El estrecho círculo social tiene el piso resbaladizo por las lágrimas que derraman los enamorados. Esa es una estancia íntima convertida en notaría privada en donde se oficializan matrimonios.
Bitelio trisca pasos como un camaján. Bambolea con brisa de cumbia su cuerpo flojo y sus manos martirizadas por el acetato tienen una rojiza hidrografía de venas en desorden. Bitelio es una institución que sus paisanos cuidan, porque en su estancia nacen las serenatas y lloran los viudos de la muerte.
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