Ahora que se avecina la asamblea general del Club Manizales valdría la pena que la gente asistiera, ya que en mi sentir, esta puede ser una de las más, sino la más, importante reunión de socios que se haya efectuado en este centro social en los últimos tiempos.
Y ojo que de lo que se trata no es precisamente de ver quién quiere ensayarse como miembro de su junta directiva, o saber si el balance del año anterior fue positivo o negativo, ¡No!, ahora quizá de lo que se trata es de defender la supervivencia de una institución que hasta hace poco era el orgullo de la ciudad y el ejemplo a seguir por los demás clubes sociales del país.
Las soluciones no parecen fáciles, cuando bien se sabe que de un club que tenía 1.500 miembros activos, hemos pasado a tener 900 de los cuales 253 socios son honorarios y hay 57 suspendidos por mora en sus pagos, es decir, con un pie por fuera del club, sin que, a ciencia cierta, se sepa cuáles pueden ser los motivos que se aducen para estas altas deserciones.
Quizá convendría saberse también que la sede principal de la carrera 23 -orgullo ciudadano de otras épocas- es hoy un elefante blanco que además de tener que atender tres porterías y cancelar un predial de 10 millones de pesos mensuales, paga una factura por sus servicios de agua y energía de 5 y 7 millones de pesos respectivamente cada treinta días.
Eso, y que debe mantenerse allí un tren de 100 empleados permanentes para el servicio de 80 socios honorarios que, en su mayoría, frecuentan esta sede diariamente, con el agravante de que estos ilustres socios -lo digo con el mayor de los respetos-, solo consumen preferiblemente todo lo que se les ofrece en gratuidad, como tinto, leche, galletas, azúcar, maní, agua aromática, agua de la llave, palomitas de maíz, periódicos, servicio telefónico, y lustre de sus zapatos.
Pero si por los grandes salones de parte superior llueve, por los lados de los pisos inferiores no escampa, me refiero al salón de los billares en donde la asistencia es también en extremo precaria y onerosa.
El salón de juegos no corre con mejor suerte, pues hasta que yo supe, una vez desaparecido el exclusivo juego del bridge -no en club Manizales, sino en toda la ciudad -hoy, si no me equivoco, solo quedan a lo sumo media docena de socios, también honorarios menos ‘tesorito’, que juegan a las cartas.
Es de tener en cuenta que para fomentar la asistencia a las tres sedes la comida de sus restaurantes es la más barata de la ciudad, al igual que sus bebidas, por lo que algunos socios deberían tener un poco más de consideraciones al momento de hacer sus críticas.
Cierro con una nota de humor que tiene que ver con toda esta tragicomedia que se vive en los clubes sociales como el nuestro, en donde un socio bravo con su golf de los miércoles es atendido por Octaín, uno de esos viejos zorros saloneros (camareros en mejor idioma) que para economizar un poco, han remplazado en la sede del Rosario por unas atentas señoritas.
He aquí el diálogo que se presenta:
Octaín - ¿Doctor, qué le puedo traer para almorzar?
Socio - ¡Nada hombre...!, no me traiga nada, porque aquí ya no venden nada decente para almorzar.
Octaín - Doctor vea, tenemos-,
Socio - ¡Nada, le digo que no me traiga nada!!!!!!
Octaín - Doctor...,
Socio - A ver pues, ¡Si es tan verraco tráigame una langosta!
Octaín - Eso está mejor Doctor, ¿dígame entonces como la prefiere...?, de res o de cerdo.
N.B.: La mala racha por la que está pasando nuestro primer centro social de la ciudad, no se le puede endilgar a un súbito empobrecimiento de la clase social que puede y debe ayudar a que su club social funcione como erradamente piensan algunos, y porque además, si la peladez es general, lo que se reporta desde los centros comerciales, todos, y las agencias de automóviles locales, no pertenecen a una ciudad que se esté debatiendo propiamente en la pobreza.
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