A Hipócrates de Cos, el llamado "Padre de la Medicina", se le atribuyen distintas contribuciones para el desarrollo de la medicina occidental, entre ellas algunos postulados éticos para su ejercicio. Uno de ellos, gira alrededor del principio que propone que "lo primero es no hacer daño" (Primum non nocere), como llamado a que cualquier tratamiento cuidara en primer lugar la condición de bienestar del paciente, para no resultar peor que el padecimiento mismo. Sobre ese mismo principio, desde mediados de los 90 se inició una reflexión por parte de algunos organismos de ayuda humanitaria, cuestionados sobre sus propias actuaciones y los impactos que estos generaban, que en ocasiones significaban daños mayores a los problemas que pretendían afrontar: asistencialismo, dependencia, deterioro del capital social local, desprestigio de las instituciones territoriales, tensiones entre grupos, etc…
Fruto de dichas reflexiones ha aparecido en el llamado "mundo del desarrollo", un enfoque conceptual al cual se ha venido aludiendo como "Acción Sin Daño" (Derivado del libro Do no harm de Mary Anderson, 1999), y a través de él se ha invitado, en síntesis, a reflexionar sobre las intervenciones institucionales y sus efectos, que no en pocos casos terminan generando nuevos problemas o impactos indeseados no previstos, por mucho que se reconoce que la mayoría de las intervenciones responden a las mejores intenciones.
Además de las reflexiones que propone, el enfoque de Acción Sin Daño invita a prever los factores de riesgo, analizar las motivaciones y mitigar los posibles efectos no deseados derivados de las actuaciones de las personas que hacen parte de las instituciones.
En una época electoral atípica como la que atravesamos en Caldas, bien le vendría a nuestros dirigentes políticos revisar algunos de los principios básicos de dicho enfoque, y seguir las orientaciones propuestas para evitar hacer daño a su pueblo, reconociendo que a ellos, como dicen y les corresponde, lo que más les interesa es el beneficio general y el bienestar de sus conciudadanos.
Si tales principios se pusieran en práctica, probablemente varios de los hechos lamentables que se han sucedido en el tiempo reciente no hubiesen acontecido. Empezando por el propio proceso de demanda contra la inscripción del entonces candidato, que si se hubiese fallado en esa condición, no hubiese hecho tanto daño como lo hizo al aplicarse año y medio después del ejercicio de un gobernador en propiedad. Ahí tenemos que lamentar la acción de los organismos de justicia, cuando cumplen con su función de aplicar las leyes pero tardan para hacerlo. En esa condición, aún con la mejor motivación y la obligación que les asiste, le hacen daño a un territorio.
También hay Acción con Daño en la actuación de algunos de los líderes de los partidos y grupos políticos, o lo que quede de ellos, cuando urden estrategias amparadas en el señalamiento, el descrédito y el oportunismo. Si siembran desconfianza en el pueblo que representan, solo cosecharán una democracia más débil e ilegítima. Les puede asistir el legítimo derecho a aspirar a los cargos de poder, pero ese fin no justifica sus medios.
En igual sentido, quizá sin adivinar sus impactos, varios líderes locales aprovechan la sed de los medios de comunicación y quizá la propia, y proclaman en voz alta sus denuncias, reclamos y clamores por el respeto a las instituciones y la democracia, cuando en voz baja tejen acuerdos que tienen la misma fragilidad de su permanencia en los cargos.
En tiempos de desánimo y desconcierto para los ciudadanos, poco favor hacen los líderes políticos que agitan las aguas, incrementan las tensiones, polarizan las opiniones… en fin… ejercen su liderazgo pero hacen daño (sin calcularlo quizá) a la institucionalidad y a la democracia que le da sentido. Mientras tanto, los ciudadanos en medio de nuestra desinformación y de nuestra indiferencia, desperdiciamos nuestros espacios en las instancias de participación y renunciamos a nuestro derecho de exigir que se gobierne desde los instrumentos de planificación y en cambio se haga desde las personas. Es inadmisible -en una democracia- tal nivel de turbulencia en estas semanas de transición, cuando solo cambian algunas de las personas que ocupan los cargos, pero sigue en ejecución el mismo plan de desarrollo. Quizá podría entenderse en una monarquía.
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