A pesar de que esta semana no se ha hablado de otra cosa, no puedo dejar de comentar la fracasada Reforma a la Justicia que se ha convertido en el hecho más aberrante e inaudito de la historia jurídica del país.
No es solo durante estos días que ha venido a reventar el tumor maligno que viene carcomiendo a la justicia. Desde el gobierno del Dr Uribe se comenzaron a presentar una serie de enfrentamientos entre el Poder Ejecutivo y el Judicial, ocasionados por la politización desastrosa que comenzó a invadir a las Altas Cortes ante el estupor de los colombianos, a quienes se nos fue llenando la taza, al punto que estuvimos cerca de convocar a un referendo para reformar en forma drástica este Poder, que perdió la confianza de los ciudadanos en una forma como nunca lo habíamos sentido.
Pero entre lo más grave que está sucediendo en estos son la cantidad de mentiras que nos están envolviendo por todas partes. Aquí nadie ha tenido la culpa de nada. Si es por parte de gobierno, tanto el Presidente como su Ministro responsable han negado en forma enfática algo que no tiene vuelta de hoja. Cómo nos vienen a decir que el gobierno no estaba enterado de lo que se estaba cocinando, cuando desde hace tiempo se conocía por todos los medios.
La reforma a la justicia es una necesidad ante el desastre que representa para el país lo que está pasando, no solamente por una justicia desviada por su politización, sino por la parálisis en que tienen miles de casos en los que los implicados en cualquier delito pasan años recluidos en las horrorosas pocilgas que llamamos cárceles, sin que ningún juez, por esos trámites de un país totalmente leguleyista, dicte sentencia para cumplir sus deberes con sus conciudadanos y con la Patria.
Entonces comenzó el tire y afloje que, como lo decía un congresista medio guasón, fue convirtiendo el debate en un verdadero carnaval, donde los payasos se acusaban mutuamente ante la mirada estupefacta del país. Las acusaciones fueron apareciendo por doquier, y dentro del seno del Congreso, como en cualquier plaza de mercado, se dieron verdaderas trifulcas como de verduleras, en las cuales todos se decían inocentes de la presentación de los orangutanes, simios propuestos de manera vergonzosa para el beneficio propio los mismos legisladores, violando no solo la Constitución, sino el mínimo nivel de honestidad que deben tener los "honorables padres de la patria".
Pero como para una pelea se necesitan dos, el Presidente Santos, al darse cuenta de lo que le venía pierna arriba, llamó al orden a su ministro, quien en forma infantil para una persona de su experiencia, comenzó a dar tumbos tratando de establecer su inocencia, convirtiendo todo el debate en una gresca, en la cual nadie sabía para donde iba. Así como nadie le creyó al Congreso aquello de que habían obrado de buena fe, tampoco se le dio la menor credibilidad al Ministro Esguerra cuando alegó que los concertadores no lo habían dejado entrar a la sala de reunión donde se estaba discutiendo la reforma y que por eso no se había enterado de casi nada. ¡Qué disculpa tan pendeja!
Pero sin duda la frase que coronó todo este episodio de nuestra Patria Boba fue la explicación del joven congresista presidente de la Cámara, Simón Gaviria, cuyo meta política como buen delfín, apuntaba hacia un futuro presidencial, en una explicación salida de tono ante una pregunta por su responsabilidad en estos desastres, diera como respuesta que él solo había leído muy por encima la reforma, porque no había tenido tiempo de leerla toda.
¡Qué esperar de nuestro futuro cuando el hijo de un expresidente no supo valorar la importancia de los vergonzosos hechos que estamos viviendo y en los cuales se estaba jugando el futuro de la Patria!
Ha pasado este vergonzoso episodio, pero a todos nos quedó un sabor amargo como el quenopodio.
P.D.: El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y desapareció la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago.
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