Si bien lo hice antes, vuelvo a explicar que en ocasiones el columnista tiene ante sí varios temas que por sí solos no coparían todo el espacio concedido por el periódico, a no ser que abra el cajón de frases o dé un paseo por lugares comunes. Para no caer en ese feo vicio, despacharé sendos asuntos en tres palabras... como el bolero de Farrés.
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Primera palabra. Muchos colombianos piensan que tras el desmantelamiento de los grandes carteles y la discreción de los capos sobrevivientes y los emergentes, eso es cosa del pasado. Lo cual no es así.
Secuela nefasta, hasta ahora no estudiada, es la traquetización de las costumbres implantadas en los años 80 y 90, cuando evidente o disimuladamente se admiraba a quienes se enriquecían con el tráfico de droga: la obsesión por el cuerpo perfecto; la extravagancia en el vestir, el adornar o el actuar; los perros feroces; las actitudes desafiantes, la intolerancia, la matonería y la creencia de estar por encima de las leyes. Se ven hasta en quienes apenas ganan para sobrevivir.
De todo eso, los peores son los volúmenes insoportables en la fiesta del vecino, el carro que pasa o el almacén que hace promociones. Hoy no se concibe divertirse sin fastidiar a los que están por fuera del círculo. Y lo que se amplifica revela también la 'charrera' social, pues son músicas (?) impuestas por la mafia, como la salsa, el vallenato comercial y el reguetón.
Mientras de peor gusto sea lo que suena, más duro sonará. Ahí sí, la autoridad tiene oídos sordos.
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Segunda palabra. He seguido con interés el debate sobre el color de la camiseta del Once Caldas, que, a excepción del pasado domingo, ha jugado con uniforme negro, dizque por agüero de su entrenador. Aunque parece frívolo, demuestra cómo el aficionado se identifica con su equipo.
En el portal del Once aparece una breve historia de las camisetas, más para ambientar que para terciar en el asunto. Ahí se lee que la usada en 1960 y 61, de bandas verticales verde, blanca y roja, representaba la bandera de Manizales. Si hubiera sido así habrían sido horizontales blanca, verde y roja.
La verdad es otra: como el Once Caldas fue la fusión jurídica de los originales equipos profesionales de la ciudad, Deportes Caldas y Once Deportivo, fueron retomados sus colores: rojo y azul turquí, y blanco y verde, respectivamente. Por eso las bandas verticales y la pantaloneta azul.
Como aficionado de viejo cuño, creo que ese fue el uniforme más bello del Once. Los de ahora, del color que sea, serán feos por la cantidad de publicidad que exhiben. No me quejo porque de eso se vive, pero, ¿que me guste? No.
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Tercera palabra. Dos sorpresas agradables en la reciente Feria del Libro de Manizales fueron los libros Sainete de don Tolimán y Sainete de Galán. El primero recupera el texto de la pieza teatral popular que otrora se representaba en la vereda San Andrés de Girardota, Antioquia, la cual tiene orígenes medievales y africanos. Los dibujos plasman la auténtica máscara de linón -luego de anjeo- de los actores espontáneos.
El segundo fue escrito por niños de escuelas de esa fracción. Esto revela que si bien el sainete había desaparecido de las fiestas populares, seguía en la memoria genética de esa comunidad negra antioqueña, y bastó con que los investigadores tocaran ciertas fibras para que aflorara.
Las obras sugerirían que por fin los antioqueños prestan atención a su verdadera cultura, que no es esa mentira de 'lo paisa'. Ya han dejado perder alegremente danzas como el danzón, la redova, la cachada y el destrós, e instrumentos como la chirimía y la vihuela, todos de Girardota; también la candanga y el bunde de Santa Fe de Antioquia y Giraldo, así como los Gallinacitos y las Vueltas antioqueñas.
Los han sustituido con engendros como el son paisa y el baile bravo, que son contraculturales. O, lo que es peor, destruyen lo propio para salir a decir que lo ajeno es antioqueño.
Aflora la esperanza de que admitan que lo caldense es propio de aquí y mucho más que una derivación de Antioquia. Porque, en verdad, poco de ello tenemos excepto el acento, que también es diferente.
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