Desde cuando se anunció que en marzo se firmaría acuerdo de paz con las Farc, han corrido ríos de tinta para pronunciarse, sentar cátedra, posar de expertos y hasta aportar ideas. Admito que de semejante riada apenas han salpicado mis ojos unas cuantas gotas, pues con ese asunto sucede lo mismo que con las canciones de Ricardo Montaner: con una escuchada ya se sabe cómo son las otras, pues ha escrito 250 letras para la misma melodía.
En el caso del proceso de paz, la melodía es jurídica con alguna coda social: que si el acuerdo se sujeta a las leyes; que hasta dónde es permisiva la Constitución; que si Santos entregará el país a los capos turistas; que cómo pagarán por sus crímenes; que si les darán Congreso y embajadas por cárcel, en fin. Hay obsesión porque las leyes se anticipen a los hechos, cuando en cualquier otro país primero es el hecho y luego la ley. Díganlo, si no, los británicos que tienen una sociedad civilizada sin necesitar corpus normativos.
Por el contrario, poco he leído algo que sí se puede prever: el probable acuerdo de paz no la traerá consigo. Cuando mucho, pondrá fin a la guerra, si hay desmovilización y entrega de armas. La paz vendrá cuando los ricos sean menos ricos porque los pobres son menos pobres; es decir, cuando haya justicia social.
Esto último será una utopía mientras los plutócratas que se lucran con la guerra y consolidan sus imperios con la explotación humana sigan vendiendo la idea de que los probables pactos de La Habana solo comprometerán a gobierno y guerrilla. O sea, la sociedad colombiana (léase ellos) no tendrá por qué afectarse, sea cual fuere lo acordado.
Al ciudadano, como yo, que no frecuenta círculos de poder y azota calles con sus propios zapatos, le queda la sensación de que el eventual acuerdo de paz solo beneficiará a quienes se dan la gran vida en la capital cubana mientras negocian su supervivencia, inciso por inciso. Pero sus subordinados, voluntarios o no, conscientes o no, forzados o no, que siguen en el monte dando bala por una causa que desconocen, y extorsionan y trafican droga para sostener su tren de vida, quedarán a su propio arbitrio, en un sálvese quien pueda que involucrará no solo a centenares de mandos medios y miles de rebeldes, sino a las comunidades de regiones por ellos dominadas.
No se conocen planes, propuestas ni proyectos al respecto. Se olvida a los menores de edad reclutados a la fuerza; a quienes entraron a la guerrilla para no morir de hambre y a ciudadanos que no conocen más autoridad que la de la insurgencia. A todos les cambiará la vida de manera absoluta y por eso se debe educarles para la sociedad, formarlos para ser productivos y que conozcan la presencia estatal. En ese ámbito debe enfocarse el mayor esfuerzo del Estado. Y si se quiere justicia, también los dinerales acumulados por las Farc, que ya no necesitarán para comprar armas.
Si nada de ello se hace, es fácil prever qué pasará: los antiguos frentes se consolidarán como salteadores de caminos y ya no serán guerrilleros sino ‘bacrim’, ese horroroso acrónimo policivo que designa a organizaciones delincuenciales no disfrazadas de ideológicas. Serán ‘oficinas de cobro’ rurales, como ocurrió con paracos y sicarios sin jefe. Volverán ‘pescas milagrosas’, extorsiones y secuestros en masa, mientras los ciudadanos que siempre respetamos la ley seremos de nuevo prisioneros de los centros comerciales, dada la imposibilidad de volver a salir de la ciudad.
Pero nada, preocupa más imaginar si Timochenko se volverá un señor; si Iván Márquez será el próximo ministro de Defensa o Granda embajador en Washington, o si Santrich se vuelve el gran visionario, como lo fue Apolinar Salcedo en Cali. Ahí está el ejemplo de Navarro Wolff convertido en prócer. Y el mundo no acabó.
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Addendum: Una vez confirmados los nuevos gobernantes, queda la sensación de que le fue mejor a Caldas que a Manizales. Y en materia de diputados, el occidente del departamento quedó con minoría rayana en la orfandad. Lo grave es que la mayoría viviente en la orilla derecha del río Cauca no tiene idea -ni le importa- qué pasa en la izquierda. Cree que todo es lo mismo.
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