Con el retiro de Javier Giraldo Neira se cierra un ciclo en la historia del periodismo colombiano. Se va un pionero que abrió senderos en la prensa, escrita y radial, que luego transitamos muchos, unos con mayor fortuna que otros.
Además de sentar cátedra de conocimientos y bien decir, Javier fue el padre putativo de los comentaristas deportivos que desde hace más de 50 años llevan el fútbol a los oídos de quienes no han tenido ojos para verlo. Cuando él comenzó no existía ese oficio, pues el comentarista solo hacía apuntes breves: el peso de la transmisión recaía en personas de mente rápida y lengua ágil, Carlos Arturo Rueda, Alberto 'El Patico' Ríos o Jaime Tobón de la Roche.
Era una delicia escucharlos, porque a través de sus palabras el oyente 'veía' el encuentro. Eran capaces de decir más palabras por minuto, sin estupideces ni clichés como los actuales de la televisión acostumbran. El reinado de aquellos terminó cuando llegó Javier a moldear el oficio de analista, lo cual fue una novedad.
Como todos los que nos hicimos periodistas antes de haber escuelas del oficio, Giraldo comenzó por gomoso. Como su padre, don Berardo, era administrador de LA PATRIA, a regañadientes lo nombró redactor deportivo para reemplazar a Bernardo Chica, que odiaba el fútbol profesional. Por eso la historia del Atlético Manizales de 1958 quedó en el limbo. Don Berardo temía que por el periodismo su hijo mandaría al carajo su incipiente carrera de abogado.
Luego Javier empezó a hacerse oír por Radio Luz, lo cual es un decir porque esa emisora no sonaba. Ahí comenzó un noticiero deportivo de 10 minutos, 'Estadio y multitudes', que después consolidó en Radio Manizales. Durante no sé cuántos años lo sostuvo demostrando a quienes hoy rellenan con paja espacios de tres y cuatro horas, que al oyente no se le puede engañar por más que se hable del equipo amado. (Tuve el honor de presentarlo en dos o tres oportunidades, por allá en los años 80, para suplir sendas ausencias de su director).
Que un hombre de la labia de Javier tuviera un programa breve es un contrasentido, porque siempre tuvo mucho por decir. Lo demostró durante el asalto terrorista a la residencia de los deportistas israelíes que competían en los Olímpicos de Munich 1972. Desde el lugar narró los acontecimientos durante 1,20 horas, solo, sin interrupciones ni cortes a comerciales.
Otro fenómeno de masas desatado por él fue la sintonía de las transmisiones deportivas desde el demolido estadio 'Fernando Londoño'. Era tanta que la banda del Batallón Ayacucho no volvió a tocar el Himno Nacional, porque se escuchaba nítida la grabación que salía de los transistores de los asistentes.
En la final de la Copa de la Paz contra Júnior en 1983, fui enviado por Javier a hacer entrevistas desde el campo. Había tal gentío que acomodaron a muchos en el velódromo que estaba a seis metros de la cancha, sin vallas. (En esa época iba al estadio gente respetuosa, no las hordas que lo convirtieron en madriguera). Al terminar los himnos, don León Londoño, presidente de Dimayor, me preguntó por qué la amplificación interna estaba conectada a una emisora y cuando le contesté que escuchaba los radios de la gradería, no podía creerlo.
Además, a Javier se le leía en su columna de los martes, 'Tiros de esquina', cuyo vacío nunca fue llenado, y en la 'Ronda indiscreta' de la revista Nuevo Estadio. Con ambas los seguidores del Once Caldas quedábamos más que informados.
Tuve el privilegio de trabajar en ese semanario, que los domingos por la noche era una escuela que no enseñaba: solo había que seguir al maestro y éste no perdonaba una. Una vez, mientras recibía por teléfono un comentario de Iván Mejía Álvarez, quien no hacía pausas, se acercó a decirme que escribiera en español y no en francés, porque por la premura había escrito “Le Campín” en el borrador. Y cuántas veces le escuché predicar: “En periodismo no hay amigos ni enemigos”.
Lo que llegué a ser en este oficio, poco o mucho, lo debo a Luis José Restrepo y Javier Giraldo Neira. Ido ya aquel, cuando éste se despide, le reitero como discípulo, como lector, como oyente: ¡gracias, Javier!
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