Mañana comenzará a saberse si el Carnaval de Riosucio tiene futuro como celebración tradicional o si su tránsito a feria de pueblo es inevitable. Para este sábado está convocada la asamblea extraordinaria que debatirá el proyecto de nuevos estatutos que elaboró un grupo de quince estudiosos, con el propósito de actualizar la estructura de la Corporación Carnaval de Riosucio (CCR), recuperar la tradición centenaria y establecer sistemas de producción de eventos hoy desconocidos en la población.
Desde finales de los años 80 se escuchaban voces que alertaban sobre el desmoronamiento de la fiesta, pero apenas en 2015 la colectividad carnavalera fue consciente del caos en que se sumió la fiesta. Era imposible seguir ignorándolo, después de la suspensión de alboradas rituales de las 5:00 a.m. por los desmanes de la multitud embriagada; de la invasión de hippies que drogados follan en pleno parque de San Sebastián, cuyos prados son convertidos en campamento y las calles principales en cocinas de campaña; de la imposición de orquestas sobre los actos de carnaval; del ruido ensordecedor de los locales de diversión que contamina los mismos actos y de cómo cualquier pelafustán foráneo ataja con su venta ambulante de sombreros el Desfile de Entrada del Diablo.
“El componente tradicional de nuestra gran celebración está en lamentable desintegración, especialmente después de 2003”, declaró el año pasado a Papel Salmón el principal estudioso del carnaval, Julián Bueno Rodríguez. Fue así como la asamblea de la CCR de marzo pasado dejó en suspenso el nombramiento de junta directiva y estableció una comisión para mejorar los estatutos vigentes o hacer otros.
La tarea de esa comisión, que la comunidad carnavalera llamó Asamblea Constituyente, ya está hecha. Desde su instalación en mayo constató que ningún artículo del actual corpus normativo menciona los elementos de la tradición del carnaval, ni contempla métodos y procesos de organización. Y pone en igualdad de importancia a quienes deben planear y decidir con quienes solo ejecutan, con lo cual deja casi como figura decorativa a una de las jerarquías más representativas de la fiesta, el Alcalde del Carnaval, defensor de la tradición.
También la comisión hizo mesas de trabajo con capitanes de cuadrillas de carnaval, con matachines y hacedores de letras, jefes de casas cuadrilleras, barras y familias carnavaleras, y resguardos indígenas. Más que recoger propuestas, en ellas se escucharon clamores, gritos de angustia por la pérdida del ritual o el sinsentido con que se lleva a cabo.
El resultado fue una propuesta seria, sólida y coherente que será empezada a debatir mañana… si se logra quórum, lo cual se teme dada la indiferencia casi absoluta de muchos colombianos por los procesos democráticos. En el caso de Riosucio, la apatía derivará en incertidumbre de si se hará o no carnaval en 2017, pues en este momento no hay junta en pleno de la CCR.
Cabe la posibilidad de no ser aprobados los nuevos estatutos. Como en toda actividad colectiva, hay quienes la defienden en pleno y quienes la supeditan a intereses particulares, ambiciones, afanes de figuración y lucro personal. Si los últimos se imponen, significará que la crisis del Carnaval de Riosucio es tan profunda que su conversión en feria guachafitera para satisfacer la voracidad etílica del populacho, es un proceso irreversible.
En cambio, si la propuesta se convierte en la carta magna de la CCR, habrá una luz de esperanza para el Carnaval de Riosucio. Es claro que los nuevos estatutos no solucionarán por sí mismos la crisis. Solo serán una guía para buscar la solución, porque contienen los elementos jurídicos, administrativos, conceptuales y organizativos para buscarla. Solo faltará hallar directivos idóneos.
Si todo se logra, seguirá siendo la fiesta más importante de Caldas y uno de sus hitos más representativos, que da resonancias internacionales al departamento. Entonces seguirá mereciendo las cuatro declaratorias de patrimonio cultural que hoy ostenta: del Ministerio de Cultura, del Congreso, la Gobernación y la Alcaldía local.
Pero, lo más importante, el ritual carnavalero, cuyas raíces se hunden en la oscuridad de los tiempos y ratifican que Caldas no es una sucursal de Antioquia, perdurará en el tiempo y conservará las manifestaciones rituales que lo hacen grande, atractivo y único. Ese es el propósito.
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