En la ‘Voz del lector’ (21.12.2016), bajo el título ‘Memitas’, una… señora que por física cobardía se autodenominó “una ciudadana”, pidió: “Por qué el alcalde de Manizales no habla con el alcalde de Riosucio para que se lleve todas esas memitas de Riosucio, allá es a donde pertenecen, que les den trabajo allá pues están muy jóvenes para estar destinadas a la mendicidad. Este problema es del alcalde de Riosucio y no del de Manizales”. Textual.
Su propuesta, respetable dama, se llama desplazamiento forzado y es delito. Y sepa que: esas “memitas” no son de Riosucio sino embera-chamí, quizás de Mistrató. El alcalde riosuceño no tiene entre sus planes de gobierno cumplirle su sueño de ver las calles pobladas de aristócratas, ni administra su economía aconsejándole no dar limosna para no descuadrar el presupuesto para el perro. Y que a pesar de ser indígenas, ellas son seres humanos con los mismos derechos suyos, entre otros, estar donde les provoque. Nada de eso tiene que ver con el problema de la indigencia, que es social y no estético.
Parece que en la ciudad reencarnaron, un gobernador de la Provincia de Antioquia que en 1698 quiso sacar a todos los indios de su jurisdicción o algún ‘Hauptkommandant’ nazi. O será parienta de un gobernador de Risaralda que en los años 1970 envió una volqueta a una vereda de Quinchía, con la orden de trasladar a Mistrató unas familias hablantes de umbra (lengua prehispánica del occidente de Caldas), porque “allá es donde deben estar”.
O tal vez a la misiá le respiran en la nuca un abuelo indígena y/o un bisabuelo negro que mancillan su imaginada alcurnia. Solo quienes se creen más de lo que son, buscan apartar a quienes les recuerdan su verdadero origen.
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La vista del jolgorio manizaleño trae al recuerdo los de los años 1960, cuando la feria era la última semana de enero: hubo campeonato mundial de esquí en el Nevado del Ruiz, porque tenía nieve y casi nadie sabía de su condición volcánica. Para ello fue levantado un teleférico sobre el glaciar, pero como el genio que lo hizo desconocía la movilidad del hielo, las torres fueron cayendo una a una. Hasta antes de la erupción podía vérselas oxidándose en el frío.
El programa apuntaba a todos los gustos, buenos o malos; estos no mandaban la parada: había temporada internacional de fútbol, con partidos a las 10:00 a.m. porque el estadio no tenía iluminación. Venían equipos de la categoría del Botafogo de Río de Janeiro, base de la Selección Brasil, con sus titulares: Djalma Santos, Gilmar, Garrincha, Zagalo…¡Qué partidazos!
Con las corridas taurinas los manizaleños fueron ganando fama de entendidos en asuntos de capotes, revoleras, faroles y… cuernos. Paco Camino toreó con el público de espaldas, disgustado con una faena displicente, y Palomo Linares se hizo encarcelar por no enfrentar un toro bravo. Pepe Cáceres se volvió ídolo por su buen pulso con la muleta y su pésimo con la espada.
Al atardecer se abrían las puertas del Fundadores para asistir a la temporada de zarzuela con la compañía de Faustino García. (Uno de los pocos casos en que el empresario era más reconocido que los cantantes). También el ballet de María Rosa, bailarina española que se llevó de Manizales al torero Óscar Cruz, a zapatearle todos los días en la casa.
Los bailarines aficionados seguían para la caseta Italian Jazz, construida con esterilla en el jardín de la escuela Juan XXIII. Se zarandearon con las mejores orquestas del momento. ¡Cómo ha cambiado la Feria de Manizales! Para bien o para mal, “que lo diga ella, yo no”, reza el viejo porro caldense.
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En ‘La música pasó del oído al ojo’ (25.11.2016) elogié algún video musical que circuló por las redes sociales. Mejor hubiera callado: en Navidad hubo marejada audiovisual, con los consabidos mejores deseos o con llamados a la desobediencia civil… ajena contra la reforma tributaria. Recibí 16 veces el mismo Papá Noel y algunas más al congresista con cara de bagre y ademanes de rata. Agradecí educadamente a quienes los enviaron, pero confieso que no abrí la mayoría, pues quedé hasta la coronilla. ¡Eso me pasa por bocón! O por dedilargo, porque no hablé, sino, escribí.
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