Álvaro Gärtner
De no mediar el precario equilibrio de esta parodia de democracia que es Colombia, sería de reír -con ganas- de los candidatos que por estos días brotan de la nada saltando como sapos con ínfulas de próceres. Contados son los conocidos; de estos, unos cuantos reconocidos; entre ellos, muy pocos respetables y confiables. Y de esta minoría, uno o dos capaces.
Si la sensatez fuera silvestre, debería pensarse en elegir gobernador, alcalde, diputado, concejal o miembro de junta local a gente (!) destacada, con trayectoria, ejecutorias e influencia en la comunidad. O sea, con liderazgo y dotes de mando. Pero no, caciques y gamonales de todo el país, Caldas incluido, echan mano de unos pelafustanes que nadie conoce, no se sabe qué hacen, de dónde salieron, ni si los dejan entrar siquiera a sus casas, y los ‘venden’ como la máxima renovación política.
Estos garantizan a sus patrones que una vez elegidos serán obsecuentes servidores de la cosa privada en que convirtieron los recursos públicos e impulsarán sus particulares proyectos. El precio de pasar de ser nada a serlo todo, deberá pagarse con partidas, silencio y una lealtad a prueba de cárcel y amenazas de opositores huérfanos de erario.
Hay que ver los aires de estadistas y las poses de expertos de estos neófitos. Y oír sus pobres planes, expresados con grandilocuencia mesiánica, que inducen a pensar que de no ser por ellos el país seguiría todavía en la prehispanidad. Planteamientos que no pasan de ser expresiones de deseos, iguales a los del pobre que hace cuentas para cuando gane la lotería. Todos tienen el mismo programa: favorecer a los suyos y perjudicar al resto; administrar recursos para el clan, sin gobernar a nadie.
Lo único que se sabe de esos candidatos es que tienen cara, aunque la mayoría sean unos descarados. Sus rostros hablan por sí solos: el gordo grasoso que copió la fisonomía del traqueto que lo financia; el mamerto escuálido que convoca a la paz mientras invoca el espíritu de Tirofijo; el pastor de secta de garaje cuya mira es acrecer el rebaño para apoderarse de sus bolsillos; la fulana de sonrisa torva, refocilada con el recuerdo de los chanchullos cometidos; el finquero ansioso de correr cercas ajenas para convivir con los postulados paracos; el médico sin pacientes; el cura sin ideales espirituales y con ambiciones temporales que predica sin practicar; el iluso que sueña con ganar sin hacer campaña ni pactos con el diablo, para hacer nada honradamente. Esa es la baraja de que hablan los tales expertos en política: cartas amañadas por esas fuerzas oscuras que se hacen llamar padres de la patria. Vaya juego, con palos ocultos y falsos ases. De ahí deberemos escoger el 25 de octubre. El sentido común permite concluir con anticipación que la probabilidad de elegir a líderes reconocidos, probos, capaces, decentes, bien respaldados y con programas de gobierno plausibles, es una en varios millones. Quienes reúnen esas características no se meten en política y cuando lo hacen pierden alguna, si no todas. La primera en irse es la honradez, por ser sinónimo de inestabilidad política.
Hoy hay todos los motivos para que surja un movimiento ciudadano que promueva el voto en blanco, que saque de circulación esa cáfila de aparecidos y espantos resucitados, testaferros de quienes se creen dueños del país, cuya única aspiración verdadera es enriquecerse y enriquecer a los suyos con el dinero de todos. Una gesta parecida a la de la séptima papeleta de 1990. Esta vez no para elegir una constituyente que cambie todo para dejarlo todo igual, sino para empezar a limpiar la política de tanta alimaña. Soñador que es uno: no hay nada más engañoso que los tales movimientos cívicos (léase electoreros). Hasta los ideales fueron perrateados por los mismos que propician las apariciones políticas que espantan.
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Addendum: El presidente del Concejo de Manizales, Francisco Javier González, salió en LA PATRIA del martes a exigir respeto por esa corporación. Olvida, ignora u obvia maliciosamente que quienes la irrespetan son ciertos concejales… con su sola presencia. La cual es una burla para la ciudad. Y aunque seguramente se consolará con el estúpido argumento de no haber concejo en Colombia que no los tenga, por esa misma razón debería aprender que el respeto no se exige; se gana.
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