La contienda electoral por la Presidencia de la República se acerca a su fin, y su desenlace parece estar ligado al curso del "proceso de paz", que escribo entre comillas, porque se ha restringido casi de manera exclusiva a la discusión de eventuales acuerdos con la guerrilla de las Farc.
Uno de los candidatos se hace ver como el único capaz de cerrar tales acuerdos y conseguir, por esa vía, la paz tan anhelada para nuestro país, y que ha sido propósito de los gobiernos nacionales de al menos los últimos 30 años.
El otro candidato, en concordancia con el pensamiento de su mentor y sus soportes políticos, anunció el cierre de las conversaciones al momento de su eventual posesión, aunque acaba de modificar su postura, fruto de la concertación con una excandidata y su caudal de potenciales electores.
Ninguno de los dos es el dueño de la paz, ni el que la entiende como fruto de la negociación, ni el que aboga por el retorno a la "pacificación". Ambos, sin duda, esperan tener por fuera del escenario a las Farc, aunque por vías distintas, que también traerían consecuencias distintas. Sin embargo, aún la salida de las Farc del escenario de la lucha armada no será garantía de la consecución de la paz, responsabilidad de todos los colombianos, incluso de los que por desesperanza, ignorancia, hastío, desconfianza o estupidez, deciden no participar del proceso democrático.
Lamentablemente, la mayoría parece resignar sus opciones a la participación en la elecciones, otros tantos a la expresión de sus "indignaciones" y muy pocos a la revisión y modificación de sus propias conductas, con lo que podríamos realmente ayudar a construir un escenario de paz en el país.
Sin embargo, pese a que los eventuales acuerdos con las Farc no constituirían el escenario de paz que el país necesita, es importante buscarlos, y es innegable el avance en temas que -no solo porque se discutan en La Habana- el país tiene que abordar y resolver de manera estructural, como son el acceso a la propiedad de la tierra y los bienes de producción, la inequidad entre lo urbano y lo rural y el soporte del narcotráfico para financiar propósitos de ciertos grupos.
En el pasado, la estrategia de persecución generó desproporciones en la acción militar y en el gasto público; la política de recompensas y delaciones incentivó otras acciones criminales y muertes de inocentes, y la conformación de ejércitos de "soldados campesinos" solo sirvió para que jóvenes desempleados recibieran un mes de instrucción militar y aprendieran a dispararle a todo aquel de quien desconfiaran a cambio de un salario mínimo. Exactamente lo mismo hacían grupos de guerrilla y paramilitares.
Muchos de quienes hoy reclaman fuerza en las acciones militares, nunca han visto de cerca la guerra. También se piensa que quienes abogamos por una salida negociada hemos estado distantes del fuego del conflicto. En mi caso, viviendo más de 10 años en el oriente de Caldas, estuve varias veces en medio de enfrentamientos, vi la muerte cerca cuando un joven guerrillero tenía la orden de dispararme, y tuve que recoger el cadáver de mi compañero, asesinado por órdenes de "Karina". Aún así, sabiendo que muchos de quienes se han armado han sido motivados por la desesperanza, creo que el escenario que nos queda es el de la negociación.
Pero insisto, aún nuestras más antiguas tradiciones señalan que no puede encontrarse la paz en las concertaciones de los gobiernos y los insurgentes, tiene que ser en las actuaciones cotidianas. En uno de los pasajes que conocemos como el "Sermón de la montaña", consignado en el capítulo 5 del evangelio de Mateo, dijo Jesús: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios".
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