Un sabio llamó a un discípulo que, obcecado por la ira, había golpeado a un amigo y le había fracturado la nariz.
Lo llevó a un lugar lleno de barro y le pidió que manchara su blanca vestidura con el barro húmedo.
Luego le hizo ver que para poder limpiarlo bien lo mejor era dejar que el barro se secara.
Si limpias de una vez la mancha se riega más y, si esperas, es más fácil quitar la mancha. Luego le dijo:
Lo mismo nos pasa con la ira. Cálmate deja que se seque y después será mucho más fácil resolver todo.
Nunca reacciones mientras sientas ira. La ira nos ciega e impide que veamos las cosas como ellas realmente son.
Así evitarás cometer injusticias y ganarás el respeto de los demás por tu posición ponderada y serena.
Acuérdate siempre: ¡Deja que la ira se seque! Aprende a controlarte o de una chispa nacerá una terrible hoguera.
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