Me atraen esas personas humildes que irradian paz y son felices sin elevados conocimientos.
No se enredan en complicadas teorías ni se pierden en los vericuetos de la mente, solo viven para amar.
Si les preguntas qué es conciencia no lo saben, y se quedan mudos si les pides definir el amor.
Se sienten desamparados en el espacio de las verdades, pero son dueños de la mayor verdad.
La única convincente y valiosa: vivir con Dios y vibrar en el amor. ¿Hace falta algo más?
Uno cambiaría todo lo que hay en los libros por la paz interior de ciertos campesinos analfabetos. Nada los perturba.
Ellos con su vida simple y elemental nos recuerdan dónde está lo esencial, lo que sí vale.
Algo difícil de acoger cuando andas atrapado en el mundo de lo aparente y lo superficial.
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