El concejal Carlos Mario Marín y los funcionarios de Alcaldía se han pasado dos semanas de discusiones sobre los muertos por accidentes de tránsito en Manizales. Se dedicaron a un cifra-va- y-cifra- viene que al final nos dejó a todos sin saber en qué va la realidad. Que si los datos de Medicina Legal, que si los de la Policía, que si los del Ministerio, que si los de la Secretaría de Tránsito, que si el incremento de la accidentalidad fue anual, respecto del año anterior, o trimestral, respecto del trimestre anterior. En todo caso, cifras que no coinciden y que se estrellan para que cada quien defienda su versión. Al final: una campaña de la Alcaldía llamada “Tu vida, mi vida”.
Como sea, entre todo este novelón, que fue pertinente para lo que vive la ciudad, no sefue al fondo del asunto. Ni en la denuncia del concejal, ni en las respuestas del gobierno del municipio. Porque eso que llaman “seguridad vial” exige más que pedagogía y sanciones, requiere un cambio de paradigmas del que poco hablamos. Eso vengo explicando desde la columna anterior: la movilidad requiere que replanteemos el enfoque sobre cómo creemos que funciona la calle y que volvamos al papel del peatón.
Podemos estar de acuerdo en que la pedagogía y las sanciones viales buscan prevenir, pero ¿nos hemos preguntado si estamos de acuerdo con los paradigmas de la calle que esa pedagogía busca fomentar y que esa sanción busca hacer cumplir?
Hemos estado desconociendo que algunos paradigmas son obsoletos e injustos, y por lo tanto han hecho posible esta realidad donde la calle es un peligro y los peatones llevan la peor parte: que la calle es para la eficiencia en la movilidad, es decir, más recorrido en menos tiempo; que en la calle cada modo de movilidad debe respetar su espacio, el carro por el arroyo vial y el peatón por el anden y los puentes peatonales; que el arroyo vial es exclusivo de los carros y nada distinto puede ocurrir allí; que el espacio de los carros es el más delicado y el de más cuidado y privilegio; que el peatón se protege a sí mismo si respeta los privilegios del carro; que la calle es por esencia peligrosa para niños y ancianos. Tantos paradigmas injustos y obsoletos que buscamos hacer cumplir con pedagogía y sanciones, en vez de buscar formas para cambiarlos.
En la columna anterior vimos la necesidad de tomar al peatón como el centro de un nuevo paradigma, a partir de tres perspectivas:
1. Los peatones tienen derechos: en la calle también son ciudadanos y tienen garantías para caminar con dignidad, según su condición y sus intereses. Las garantías no son solo para ir de un lugar a otro, sino para poder desarrollarse y potenciar otras dimensiones en el acto de caminar, como la expresión, el libre desarrollo de la personalidad, la participación ciudadana, el uso del espacio público, la conciencia, la introspección, la conversación, la reunión, entre otras.
2. Los peatones son los más vulnerables en la calle: de todos los actores que se encuentran en la movilidad de la calle, el peatón es el más desprotegido. No tiene estructuras mecánicas de defensa, va a menor velocidad.
3. Todos somos peatones, en mayor o menor medida: nadie se moviliza de un punto a otro exclusivamente en carro, o exclusivamente en transporte público. Se camina hasta el parqueadero, se camina hasta el paradero, en ese lapso somos ese ciudadano que camina.
Estas tres perspectivas deberían llevarnos a un nuevo enfoque para la calle y la movilidad. En especial, eso que llamamos “seguridad vial” debe transformarse en algo que, en vez de proteger del riesgo, busque mitigarlo o desaparecerlo para los peatones y ciclistas. Con otra planeación para la calle, con otro tipo de obras públicas que dignifiquen la expresión del peatón y no la velocidad y los privilegios del carro, que al final complementen iniciativas como “Tu vida, mi vida”, es decir, con soluciones que cambien los viejos paradigmas.
Hasta que el transporte público se piense como aliado del peatón, para poder llegar hasta los puntos donde no le es posible llegar. Hasta que los conductores aprendan a compartir la calle, porque es de todos. Y hasta que imaginemos soluciones concretas y muy propias, muy manizaleñas, para saber cómo es que nosotros, y nuestros niños, y nuestros ancianos, y nuestros discapacitados, vamos a caminar estas faldas, estas escaleras, estas cañadas.
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