En 1937 el educador norteamericano Abraham Flexner publicó ensayo para reivindicar lo útil en los conocimientos "inútiles", dando cuenta de los descubrimientos ocasionados por la curiosidad, sin seducción alguna por el lucro. Hizo énfasis en la necesidad de enterar a los estudiantes sobre el mundo en el cual les toca vivir. Enfoca los temas en las dimensiones científica y humanística. Los buenos deseos de Flexner siguen con vigencia, al estimar que deberá llegar de nuevo un tiempo favorable a la búsqueda generosa, altruista, de conocimientos, de manera similar a los procederes de grandes creadores en poesía y música.
Ese lúcido ensayo inspiró, en cierto modo, el "manifiesto" de Nuccio Ordine, profesor de la Universidad de Calabria, publicado en Milán en 2013, y a renglón seguido traducido al español y difundido con amplitud: "La utilidad de lo inútil" (Ed. Acantilado, 2013). Este autor repasa la historia de la ciencia y la cultura para intentar identificar una tradición creadora desapegada a móviles de la rentabilidad económica. Y valida la idea de ser útil únicamente todo aquello que nos ayuda a ser mejores. Desde el comienzo alude a la intención de entender los saberes en una necesaria unidad, con apoyo a lo planteado por el físico/matemático Ilsa Prigogine en términos de una "nueva alianza" en las disciplinas del conocimiento.
En la "Cátedra Aleph", ya con doce años de existencia en la UN-Manizales, nos hemos ocupado cada semestre de examinar problemas en las relaciones ciencia-arte-humanismo, y en el actual que termina (versión 24) asumimos el libro de Ordine, con el propósito de despertar en los estudiantes la curiosidad indagadora por temas esenciales en la historia de la cultura.
Los alumnos con la lectura del texto ayudaron a interpretar pasajes donde se destacaron personalidades de diversas épocas, que han quedado como creadores en ciencia, pensamiento y literatura, sobre la base de un desapego a los resultados de sus hallazgos y a obras traducibles en dinero. Desde Sócrates y Zhuang-zi, hasta Cervantes, Baudelaire y Rilke, pasando por Galileo y Newton, en un ir y venir por épocas, sin seguimiento cronológico.
En Poincaré el autor sorprende por la relación que encuentra entre los matemáticos y los escritores, en virtud de ser creadores de lenguaje y de formas de pensamiento. Resalta en aquel la idea de ser el científico auténtico indagador de la naturaleza sin fines utilitarios. Y ese estudio el científico lo cumple con la placidez que depara la belleza.
El autor no se queda en señalar las contribuciones centrales con desapego al dinero, sino que invita a desarrollar un "pensamiento crítico", en términos de mirar lo que ocurre de manera comprensiva para asumir lecciones en lo positivo y duradero, dejando de lado -en lo posible y deseable- los asuntos relacionados con el lucro. Ya en el siglo XVIII Rousseau aludió a los pensadores y políticos antiguos preocupados por las costumbres y la virtud, mientras que sus contemporáneos hablaban de negocios y dinero.
El recorrido es insistente, con la valoración de lo dado por inútil. Con Rostand manifiesta que en lo inútil está la belleza. En Keynes encuentra el deber de valorar con preferencia los fines a los medios y de primar lo bueno sobre lo útil. En Shakespeare descubre un reino ajeno al furor del beneficio. En Aristóteles halla criterios firmes para proteger la cultura de la violencia corrosiva del dinero. De Montaigne asimila el estudio como un deleite, el agrado por aprender, por saber, que compagina con enseñanzas de Leopardi, para quien la utilidad mayor está en lo placentero.
Con alusión a clásicos del pensamiento, subraya la importancia de todo aquello realizado con altruismo y generosidad. La obra tiene como propósito reivindicar lo trascendente de la literatura y los saberes humanísticos, como ambiente favorable al afianzamiento y desarrollo de las ideas de justicia, democracia, equidad, respeto, laicidad, bien común, solidaridad. Recoge de Heidegger la idea de ser útil lo de uso práctico, quien también asevera que lo más útil es lo inútil. Ordine estima que para los contemporáneos es muy difícil contar con el interés por lo que no tenga usos prácticos, o efectos técnicos. Acude al pensador chino Zhuang-zi, del siglo IV a.C., en quien encuentra el parangón del árbol, con su "madera inútil", para expresar con él que es posible conocer la utilidad solo cuando se conoce la inutilidad.
En esas consideraciones Ordine recuerda, con Ionesco, que es indispensable disponer del humor y de la risa; sin ellas se caería en el odio, la rabia, el fanatismo. La necesidad tiene prisionera a la persona contemporánea. De Ítalo Calvino rescata el fervor por los clásicos, a quienes se acude para lectura gozosa y transitar con ellos con la ambición de descubrir el mundo y a nosotros mismos. Para corroborar el placer de la cultura, asume con Cioran la anécdota de Sócrates quien en la vecindad de la muerte toma la flauta para aprender una melodía, pero los cercanos le refieren la inutilidad puesto que a poco morirá, y con sobrecogedora serenidad Sócrates responde que sencillamente procede de esa manera para aprender la melodía. Cioran ve en ese proceder la voluntad de conocer, de esfuerzo por saber, hasta el último instante de la vida.
El amor aparece en la obra con la característica de considerarlo dispuesto a despojarse de certezas. En contraste señala al fanatismo causante de exterminio de seres humanos, indefensos y ajenos a los conflictos de confrontación. Y ve grandes posibilidades en la literatura para asumir de antídoto al fanatismo y la intolerancia.
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