Va culminando el año de nuestra especial conmemoración, y comparto lo escrito, como “Palabras liminares”, en el libro “Ciencia y Humanismo - ¡50 años de la Revista Aleph!”, coeditado por las universidades de Caldas y Autónoma de Manizales.
Aleph no es una palabra, ni un símbolo. Es un misterio. Misterio en la Cábala y en la diminuta esfera del cuento de Borges, vislumbrada en sótano de la casa de Beatriz Viterbo, en la calle Garay de Buenos Aires, como artificio de concentrar en ella la totalidad del universo, con inclusión de lugares y vidas en la Tierra. El todo y la nada en conjunción armónica. Misterio de la física y la hermenéutica, que arrebata la noción de tiempo y le teje artimañas al espacio, con la pesadez del infinito. Horizontes disipados en las vidas, con pasado, presente y futuro en la entraña de las circunstancias. Huir de las sombras, con el placentero transcurrir de los arrullos provenientes del río de Heráclito
Aleph se ha convertido en obsesión de nuestras vidas. Con apego a los encantos del misterio, al dar pasos continuos en los campos de la vida siempre asediada. Asedios de la palabra y la música, de los colores y los matices del crepúsculo. Asedios de las limitaciones y los desvaríos, de la especulación y la precisión matemática. La vida de Aleph es un sorteo de aventuras, muchas de ellas insolubles, de expectativas abiertas, a pesar de los nubarrones que suelen intimidar y de las incertidumbres que acechan. El temor es un recurso de la prevención, con laberintos y vericuetos entre las nieblas que vagan por las calles de la ciudad esperanzadora. Pero el camino sigue siendo culebrero, hecho al andar, en los decires de Crescencio y de Machado, con el consecutivo mirar adelante, a veces con pasos atrás, o en la quietud meditada en tiempos de recogimiento y de silencio. Nuestro incentivo ha estado en ideales y aun en utopías, ajenos al mercantilismo.
Hace cincuenta años éramos los estudiantes que seguimos siendo, con la ambición de Universidad cimentada en el humanismo y en la ciencia. Tiempo en vuelo, con el vértigo del mirar a los abismos, y la recatada satisfacción de lo realizado con modestia y humildad. Somos hijos de un momento especial de la Universidad Nacional de Colombia, cuando el rectorado de José-Félix Patiño, de Alfonso Carvajal-Escobar, nuestro “Decano Magnífico”, y de la aguerrida multifacética Marta Traba, de inteligencia y actividad deslumbrantes. Nos acunamos en aquellos años sesenta, cuando se escuchaban por el mundo gritos de revolución y nihilismo. E hicimos parte de la ilusión de cambiar todo, pero la desilusión no se dejó esperar. Sin poder más allá de nuestros diminutos fueros, quedamos circunscritos a los espacios de la academia, la Cultura, el garrapateo de palabras y la producción no cautiva de una Revista de nombre emblemático.
Cincuenta años, con ciento setenta y nueve ediciones, algunos libros de la propia cosecha, y la conexión por la extensa geografía con personalidades afines en las ciencias, las letras, las artes, con lugar de intimidad en la Poesía. Recuerdos brotan de las compañías primeras, algunas fugadas por los meandros del más allá, y otras con abandono en los andurriales del tiempo. Pero hay allí un destino de azar, de labor cumplida y en marcha sin la planificación de razones o motivos. Es la vida que nos tocó, y que de alguna manera escenificamos en lo cotidiano, con creencia profunda en la verdad del canto y en lo insondable de los misterios que el Universo atesora. En el despertar de cada día hay un asombro y un compromiso, en medio de la natural incertidumbre. Y así el agua sigue pasando bajo los puentes.
Miles y miles de páginas en el devenir de Aleph, cientos de nombres adorables de compañía en aquellas, con el sentido del altruismo y la filantropía en la Cultura. Un navegar pacifista en contravía de los modelos imperantes, construidos de barro lenta y lejanamente deleznable, pero sin tomar partido en las ortodoxias o los fanatismos. Huimos de todos los extremos y nos ha ido quedando el apego a lo cercano e íntimo de la familia, de amistades, y ante todo de la conversación, entreverada de silencios con meditación profunda. La palabra es el signo en la esencia, en el transcurrir y para el cambio.
Honor y gloria a mis humildes padres, Leopoldo y Anita, a mi hermana Amanda, bachiller de honores y docente/rectora de solidaridad calificada, soporte familiar en los años más duros; a Livia, música y pedagoga, mi compañera comprometida, entrañable, en este medio siglo, a mis tres hijos (Liliana, Mauro, Federico y sus consortes) y a los cinco nietos (JuanPa, Gaby, Sergio, Sophia y Leni). Quieran los dioses que el camino siga y que Sócrates continúe siendo nuestro referente mayor, con Montaigne de compañía, y Confucio al alcance de la mano.
Reconocimiento debo, en lo más profundo del espíritu, a la Universidad Autónoma de Manizales y a la Universidad de Caldas, en sus cabezas (Gabriel Cadena y Felipe-César Londoño), a los gestores (Orlando Londoño e Iván Escobar) y al editor UdeC (Luis-Miguel Gallego), igual a los autores partícipes en ese singular volumen: generosidad solidaria.
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