Si los grandes escritores y filósofos franceses del siglo XX, e incluso del siglo XVIII, se despertaran hoy en París y vieran el panorama de las ideas en boga, quedarían sorprendidos por la pobreza y la estrechez de miras de quienes supuestamente lideran las esferas de la reflexión en el país a través de los medios de comunicación. Por supuesto aun sobreviven figuras que, como Edgar Morin, ya casi centenario, tienen el espíritu abierto al futuro, a lo nuevo y no viven de rancias nostalgias reaccionarias. Desde la primera mitad del siglo pasado, Morin ya se abrió al mundo complejo y a la necesidad de romper fronteras, tarea en la que persiste ahora por fortuna, gozando de total lucidez de nonagenario.
Una figura del periodismo, el también nonagenario Jean Daniel, pluma principal de la revista Nouvel Observateur, escribe cada semana alertando al país ante estas derivas conservadoras, xenófobas y racistas que buscan la instauración de nuevas fronteras y la discriminación de las personas que supuestamente vienen de otros orígenes distintos a una raza original y pura, blanca, cristiana, rabínica, ortodoxa, ungida por los dioses y que sería la primigenia e inamovible, lo que cualquier historiador o genetista desvirtuaría en un abrir y cerrar de ojos. Jean Daniel, como Albert Camus, ha realizado la crítica de la colonización francesa en el norte de África y estuvo alerta al drama que significó la guerra de Argelia, la independencia de ese país y el éxodo de millones de personas que tuvieron que abandonarlo para entrar a Francia a rehacer sus vidas y sufrir los pesares de la discriminación y el racismo.
Otro nonagenario recién fallecido, Stephane Hessel, creador en Europa del movimiento de los indignados a través de su panfleto Indignáos, que vendió decenas de millones de ejemplares en la primera década del siglo XXI, era admirable al debatir con los filósofos neorreaccionarios jóvenes, a quienes les llevaba medio siglo de avance en edad y en ideas. Era un pequeño anciano muy bien acicalado que en su larga vida activa fue diplomático y que, como los otros mencionados, vivió en carne propia las grandes guerras, el auge de los totalitarismos, la destrucción de ciudades y la persecución y muerte de millones de personas acusadas por los nacionalistas de ser judío, gitanos, forasteros perniciosos y expulsables.
Hessel se enfrentaba en los foros con asombrosa lucidez a pensadores de moda como Ferry, Finkielkraut, Glucksmann, Houellebecq, Zemmour, Onfray y a otros más extremistas, quienes pensaban que el viejito sería pulverizado por sus argumentos y por el contrario salían trasquilados, dada la rapidez, inmensa cultura, serenidad y lucidez de ese cosmopolita que alertaba a sus contemporáneos sobre las tentaciones neototalitarias de quienes se resisten a los cambios del mundo y piensan que todo pasado fue mejor.
Francia sigue siendo una potencia media importante, pero ya no es el imperio que llegó a ser en el Siglo de las luces de Voltaire y los Enciclopedistas y posteriormente, a lo largo del siglo XIX, después de Napoleón Bonaparte el grande y su lejano sucesor el pequeño Luis Napoleón, líder del Tercer Imperio, cuando Francia se desarrolló de manera espectacular en todos los campos, financiero, científico, tecnológico, universitario, pictórico y cultural, abierto a todos los inmigrantes del momento.
Luego, en el turbulento siglo XX, casi hasta el final del mismo, conservó el gran rango literario y cultural que todo el mundo le reconoce, e incluso en los años 60 y 70, después del reino de Breton, Aragon, Sartre, Beauvoir, Camus, Malraux, entre otros muchos, llegó a tener una nueva pléyade de pensadores y escritores del rango de Foucault, Barthes, Derrida, Lacan, Levi-Straus, y tantos otros que renovaron las ciencias humanas y abrieron nuevas ventanas al pensar y al estudiar en el mundo entero.
Todo ese esplendor parece haber sido reemplazado por una pléyade de temerosos cincuentones y sesentones aterrorizados hoy porque el mundo cambia y los hombres se mezclan y cruzan las fronteras innovando ideas, y porque las artes clásicas deben compartir con nuevas expresiones culturales que van desde nuevas formas de hacer poesía a través del hip-hop, el tag y el arte pop hasta la rica multiplicidad que significa la explosión de la era internet. A través de la red de comunicaciones el mundo está hiperconectado y los conocimientos y las culturas circulan por el orbe a la velocidad de la luz, rompiendo fronteras y muros raciales y culturales.
Para ellos, esos depresivos filósofos de hoy como Filkienkraut y el charlatán de extrema derecha Eric Zemmour, la escuela primaria y secundaria y la universidad elitistas y autoritarias surgidas en los tiempos decimonónicos, cuando el país era agrario y donde solo una escasa capa de la sociedad casi aristocrática accedía a las aulas, debe permanecer con sus pénsumes anclados en un clasisismo rancio de estirpe greco-latina y conservar un espíritu de selección para excluir a los pobres y a los hijos de los inmigrantes africanos, árabes, asiáticos y hasta americanos. Abogan por volver al rejo, al castigo, al temor escolar de esos viejos tiempos cuando el clero decimonómico y ultramontano, o rabínico, o laico, dominaba en las aulas. Unos quisieran regresar a la ortodoxia rabínica, otros a la rigidez parroquial y se agitan ante las turbulencias de millones de jóvenes de los países musulmanes cuyos extremismos son muchas veces consecuencia de los errores cometidos por las ambiciones coloniales de Occidente.
En países más acostumbrados a la multiculturalidad, como es el caso del Reino Unido, nadie se asombra de que los descendientes de las viejas colonias asiáticas, africanas o mediorientales tengan un gran protagonismo cultural como Salman Rushdie, Vikhram Seth, o los premios Nobel Doris Lessing y V. S Naipul. A las personas de todos los orígenes posibles, admitidas legalmente en Inglaterra, negros, blancos, amarillos, nadie les cuestiona la posibilidad de ser protagonistas, aparecer como presentadores de noticieros de televisión y marcar la pauta en la moda, la academia, la música y otras expresiones.
En cambio estos filósofos de pacotilla que practican diariamente en programas de radio y televisión la frivolidad que critican, se dedican a agitar a escuchas o televidentes y a los lectores a través de la recopilación de sus crónicas fáciles, incitándoles a cerrar fronteras y expulsar al forastero, al hombre no blanco que viene de la lejanía, cuando estos propios filósofos de pacotilla son hijos de viejos inmigrantes que llegaron a este país huyendo de otras guerras como se lee claramente en sus apellidos. O sea, que ellos, descendientes de añejos forasteros, son la prueba de que la inmigración tan temida no es tan peligrosa y por el contrario enriquece al país. Y que hay que mirar al futuro cosmopolita y no a un pasado color sepia poblado de polillas, rezos y alcanfor.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015