En 1980 una muchacha argentina de 18 años, hija de exiliados que viajaron hacia México en 1976 huyendo de la dictadura militar, llega a Nicaragua con deseos de participar y comprometerse en la Revolución Sandinista que acaba de sacar del poder a la tiranía de la familia Somoza.
Gabriela es la hija menor del legendario periodista e historiador Gregorio Selser, autor de la biografía Sandino, general de hombres libres y El pequeño ejército loco, libros que todos los jóvenes idealistas nicaragüenses, como Sergio Ramírez y sus contemporáneos, leyeron apasionadamente, incitándolos a levantarse para terminar para siempre contra la odiosa hegemonía.
No ha sido fácil para la atrevida joven convencer a su adorado padre que la deje ir a involucrarse en una construcción que el sabio sabe será difícil y probablemente muy sangrienta, llena de peligros y acechanzas sin fin. Ella le dice que si él hizo la teoría, ella quiere estar en “la práctica” y lo ha dejado desarmado y sin argumentos para disuadirla de la peligrosa aventura.
La bella muchacha de ensortijados cabellos rubios y ojos claros llega a Nicaragua e ingresa bajo la batuta del padre Fernando Cardenal, hermano del poeta Ernesto, en la gran cruzada alfabetizadora que busca otorgar las primeras letras a cientos de miles de campesinos pobres de los valles y las montañas del país y parte hacia el norte, hasta Waslala, en la Brigada Farabundo Martí, compuesta por muchachos que como ella apenas acaban de salir de la adolescencia y sueñan con hacer el bien y construir el futuro radiante de una nueva patria que recién está gobernada por los jóvenes e inexpertos comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Es asignada con otras tres colegas a San José de las Casquitas, que “era una comunidad de unas cuarenta casas de adobe y madera que semejaban cajas de fósforos esparcidas al azar junto a los riachuelos, sobre las colinas, desperdigadas entre los recovecos de aquellos cerros donde el mundo parecía acabarse”. A Gabriela le corresponde la casa de la familia González Araúz, a donde llega entre otras cosas con tres mudas de ropa, tres libros del pedagogo Freire, una cámara fotográfica, una lámpara Coleman y “mis casetes de Cat Stevens y Juan Manuel Serrat”.
Se inicia así una larga y fascinante aventura de una década que cuenta en el libro Banderas y Harapos, recién publicado por ediciones centroamericanas Anama, y que se ha agotado como pan caliente en Managua y otras ciudades nicaragüenses donde la gente se lo arrebata para entender lo que pasó con la revolución sandinista y la terrible guerra posterior que libró el FSLN ante los “contras”, ejército invasor armado y lanzado desde Honduras por el gobierno de Ronald Reagan, en la que perdieron la vida decenas de miles de personas en el marco de la aun viva Guerra Fría entre el imperio estadounidense y la Unión Soviética.
Con las armas de una larga experiencia de periodista en agencias internacionales y un corazón que late a mil revoluciones por minuto, Gabriela Selser logra escribir mucho tiempo después y tras muchas dudas e incertidumbres un magistral libro donde la prosa más alerta y ágil del mejor periodismo y la mejor literatura se enremezcla con los sentimientos y la lucidez para relatar el infierno experimentado en esa década por el pequeño país del gran poeta Rubén Darío, autor del famoso poema Los motivos del lobo.
En San José de las Casquitas la autora nos cuenta el descubrimiento iniciático del agreste campo tropical rodeada como estaba de lluvia, estrellas, lunas, soles, arboles, vegetales, cerdos, caballos y alacranes, inmersa en una numerosa familia que vive en la pobreza en un rincón del país a donde nunca ha llegado nada y donde todas las cosas parecen ser nombradas por primera vez.
Es su nueva familia y la experiencia será tan extraordinaria y clave en su vida que nunca los olvidará y hará todo lo posible por volverlos a ver, preocupada como estuvo durante la guerra por su suerte, cuando los aviones y helicópteros artillados lanzaban centellas y rayos desde el cielo, y los bombardeos y las deflagraciones interminables de las ametralladoras y los morteros devastaban todo a su paso.
Después de culminar su tarea alfabetizadora, la muchacha termina convertida en corresponsal de guerra del diario Barricada y durante años va y viene por el país detrás de la noticia. Explosiones gigantescas en puertos y depósitos de combustible, sabotajes, batallas letales entre los adolescentes “cachorros” de la Revolución, creados a imagen de los Rangers, y los sanguinarios “contras” ultraequipados por el imperio de Reagan y que en gran parte terminaron por ser los propios campesinos o indígenas que los idealistas intentaron alfabetizar y que ahora a sueldo de los mercenarios mataban a sus hermanos.
Alzándose al más alto nivel de una prosa tensa y diáfana que va al grano de la cosas y de los seres humanos, Gabriela Selser no olvida en medio de la guerra el sentido del humor y la ironía, contando desde un ángulo neutro la tragedia humana con todas las facetas posibles: el idealismo y la bondad desinteresada de quienes dieron la vida por una causa, la codicia de los poderosos comandantes que terminan alejándose del pueblo y viven rodeados en la burbuja de sus mansiones y vehículos con vidrios polarizados, habituados a los lujosos productos de la exclusiva tienda diplomática, mientras millones no encuentran un pedazo de pan y hacen colas interminables para conquistar una papa.
Amores apasionados en las trincheras, dos gallinas amadas que llevan por nombre Revolución y Penurias, viajes por el mundo con la comitiva de Ortega hasta el Taj Majal de la India y a Corea del Norte, donde les sirven carne de perro y los hacen adorar a Kim il Sung, cadáveres podridos atacados por zopilotes, amigos y amados muertos en la trinchera, colegas traviesos e inolvidables que terminaron convertidos en taxistas, son apenas algunas de las mil y una escenas que hacen de Banderas y Harapos una rica novela de la humanidad en tiempos de guerra y verdad.
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