Si al hombre que está casado con dos, tres o más mujeres al propio tiempo se le llama polígamo o tonto por triplicado, ¿cómo se le dice al que decide divorciarse de un tajo de todas sus pasiones, defectos y debilidades?
No tenemos la respuesta, pero ha caído en nuestras manos un magnífico texto de autor anónimo que nos hace llegar el amigo Jairo Arcila Arbeláez, un coleccionista de verdad-verdad que guarda en sus anaqueles cosas bastante exóticas, como la que sigue:
La proclama del gran divorciado. Me divorcié, sí. Desde hace mucho tiempo me divorcié de la amargura, de la tristeza, la envidia y el egoísmo, de los rencores, de las malas caras, del pensar mal de los otros, de las clasificaciones burdas y baratas de los seres humanos; me he divorciado de la soledad, de la ignorancia espiritual, de la hipocresía, de la falta de sensibilidad.
Me he divorciado de la mediocridad, de la arrogancia de la petulancia, de los atropellos, de pensar que soy mejor que los demás, me he divorciado de todo lo negativo que pueda privarme de ser una persona feliz y honesta conmigo mismo.
Me divorcié de la angustia y el estrés que produce buscar la aprobación de los demás, impresionarlos con la forma de vestir, dónde vivo, por mi auto, los sitios que frecuento, cómo decoro mi casa. No hago alharaca sobre cosas pequeñas, ni grandes. Hago mis propias elecciones, siendo dueño de mí mismo, sin dejarme gobernar por la vida social o el qué dirán.
El autor pasa a continuación a desgranar las ventajas de su ejemplarizante decisión, resignándose a ser como es:
Este divorcio me sirvió para aceptarme como soy, con mi físico y mi manera de ser. Acepto también las cosas que me rodean, sin quejarme por ellas: el clima, el frío, la gente ingrata, quejumbrosa, chismosa. Procuro no frecuentarlos mucho, para que no me desestabilicen. Todo forma parte del mundo natural y lo acepto, como un niño que ve todo y no se ofende.
Me divorcié del sentimiento de culpa y de toda la ansiedad que se produce cuando se usan los momentos presentes, inmovilizándome por hechos que sucedieron en el pasado.
Y le da un no rotundo a la repetición de errores: Reconozco que he cometido errores y trataré de no volverlos a repetir.
Me divorcié de lamentarme por lo que pasó y tampoco hago esfuerzos por hacer sentir a otros culpables. Así me deshice de mi pobre imagen y descubrí que es mejor aprender del pasado que quejarme de lo que ya sucedió.
Así que estoy soltero de esos malos sentimientos, casado con la felicidad a la cual prometo serle fiel por el resto de mis días.
Es rico ser feliz y vivir esperando el nuevo día con expectativas, de crear sueños para luego despertar y comenzar a realizarlos, encontrar muchos amigos que están por estos rincones esperando que lleguemos y digamos algo bueno, soy feliz de poder hacer la diferencia, aún en la distancia.
La apostilla: Este ciudadano ejemplar resume así la felicidad de estar vivo: Saber que a través de la red podré viajar sin necesidad de un boleto de avión, de barco o tren soy más rápido en entregar mi afecto y no pago exceso de equipaje. Soy tan feliz de abrir mi correo y de leer las historias de mis amigos, me siento feliz de que al enviarme el email se han acordado de que existo y con ello me dan un saludo de amistad. Me lleno de alegría de encontrar este hermoso sentimiento en cosas tan triviales, o banales para algunos y tan especiales para mí.
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