Pulula en la televisión colombiana una camada de reporteros que trata de imponer en sus apariciones la costumbre de manotear, verbo al que le da esta interpretación el Diccionario de la Real Academia de la Lengua: "Mover las manos para dar mayor fuerza a lo que se habla, o para mostrar un afecto del ánimo".
En la televisión internacional son dos los campeones de esta modalidad: el laureado periodista argentino Andrés Oppenheimer, quien en las entrevistas con sus invitados, por CNN en español, mueve más las muñecas y las puntas de sus dedos que su propia lengua, y el español José Levy, el eficiente jefe de corresponsales en el convulso estado de Israel, perteneciente a la misma red audiovisual.
En la política criolla del siglo pasado nadie manejó con mayor maestría las manos, en sus intervenciones televisadas, o en recintos cerrados, que el inmolado líder conservador Álvaro Gómez Hurtado. No tuvo par en su estilo el talentoso estadista bogotano. Tampoco lo igualó nadie dibujando los briosos caballos a los que era tan apegado.
En un Manual Práctico sobre cómo descifrar el lenguaje de los gestos, titulado "La danza de las manos", la sicóloga e investigadora norteamericana Flora Davis formula este planteamiento:
"Es una antigua broma decir que "Fulano quedaría mudo si se le ataran las manos". Sin embargo, es cierto que todos estaríamos bastante incómodos si nos forzaran a no realizar los pequeños movimientos con que acompañamos e ilustramos nuestras palabras".
Doña Flora profundiza sobre el asunto: "La mayoría de las personas son conscientes del movimiento de las manos de los demás, pero en general lo ignoran, dando por sentado que no se trata más que de gestos sin sentido. Sin embargo, los gestos comunican. A veces contribuyen a esclarecer, especialmente cuando el mensaje verbal no es claro. En otros momentos, pueden revelar emociones de manera involuntaria. Las manos fuertemente apretadas o las que juguetean constituyen claves sobre la tensión que otras personas pueden notar en nosotros. Un gesto puede ser tan evidentemente funcional, que su sentido exacto es inconfundible. En una película, experimental, una mujer se cubría los ojos cada vez que hablaba de algo que la avergonzaba. Cuando discutía su relación con el terapeuta, se acomodaba la pollera".
Y redondea así su idea la especialista en el lenguaje no verbal y la comunicación por gestos: "Algunos de los gestos más comunes están íntimamente relacionados con el lenguaje, como formas de ilustrar o enfatizar lo que se dice. Hay gestos que señalan ciertas cosas y otros que sugieren distancias".
La apostilla: Un extranjero que visita un país puede encontrarse ante un problema embarazoso si emplea un emblema que no corresponde a la cultura local. Por ejemplo, un norteamericano que estaba dictando conferencias en Colombia les hablaba a sus alumnos acerca de niños de edad pre-escolar; cuando estiró el brazo con la palma de la mano hacia abajo para indicar la altura de esos niños, toda la clase comenzó a reír. Claro: este gesto se emplea entre nosotros para señalar el tamaño de los animales, pero nunca el del ser humano.
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