Estamos tratando de establecer desde cuándo rige y cuál fue el o la canciller que desde el Palacio de San Carlos (sede permanente del Ministerio de Relaciones Exteriores) implantó una antipática norma que no tiene pies ni cabeza.
Se trata de una mortificante medida con cara de “colombianada” que aprueba la celebración de actos de presentación de libros de autores nacionales en nuestras embajadas y consulados en el mundo, pero prohíbe que las obras sean compradas directamente en las propias legaciones diplomáticas por el público asistente que desea asegurar su ejemplar, llevándoselo a casa.
Lo que falta por averiguar es si la Cancillería sabrá que no hay ecuanimidad en la aplicación de la veda, pues en unos lanzamientos editoriales se le da el SI al autor, para que venda su libro, pero en otros la respuesta es un NO enfático, en mayúsculas, probablemente por carecer de unos buenos padrinos. La venta queda supeditada al éxito que tengan en su gestión las palancas que el escritor ponga a funcionar previamente, tras bastidores, ante embajadores, cónsules y secretarios. La consulesa Marta Jaramillo y su asistente para los asuntos culturales responden que esas son vainas (u órdenes) de la Cancillería, en Bogotá.
Conocemos tres casos puntuales que tuvieron como escenario en distintas épocas el Consulado de Colombia en Miami, situado en Coral Gables.
El primero: En julio de 2011, cuando el maestro Eucario Bermúdez hizo la presentación de su libro autobiográfico El talento no se jubila (con prólogo del responsable del Contraplano), en el Consulado de Colombia, a platea llena, no se le permitió vender los libros y tuvo que hacerlo en una oficina contigua a la Casa Consular que es territorio colombiano en el exterior.
Segundo caso: Más adelante, otros autores presentaron sus libros en la legación diplomática colombiana y se les permitió venderlos. Figuraron entre los favorecidos con el SI de esos paradigmas de la “imparcialidad”, entre otros compatriotas, Enrique Córdoba, Eduardo Marceles y Fernando Escobar. Incluso al lanzamiento del libro de Marceles llevaron papayera, bailarinas, vallenatos, vino y comida típica; no se sabe por cuenta de quién corrió el tremendo foforro.
Tercer episodio: Hace algunos días, doña Claudia Pinzón, hija del maestro admirable de la radio y la televisión Carlos Pinzón, quiso hacer la presentación del libro sobre la vida de su padre, titulado Carlos Pinzón el Comunicador -que ya fue lanzado en Colombia- en el consulado en Miami. Respuesta de nuestra abúlica burocracia: puede hacer la presentación de la obra, mas no vender libros.
¡Qué coincidencia! El monosílabo NO, en la Florida norteamericana, viene en letras de tamaño familiar para dos grandes de nuestros medios electrónicos: Eucario Bermúdez y Carlos Pinzón.
Sabemos que se acaba de convocar una muestra de libros de autores colombianos para la próxima Feria de Servicios que realizan anualmente, en Miami, la Cancillería y el Consulado, pero con la enojosa advertencia que nos ocupa: no se pueden vender los libros. ¿Habrase visto peor insolencia? ¡Una feria de libros en la que estos no pueden ser vendidos!
¿Acaso una exhibición de este tenor no es una alta demostración de la cultura colombiana en el exterior?
¿Los escritores nacionales deben recibir el apoyo pleno del gobierno a través de embajadas y consulados?
¿Alguien puede negar que esta incongruencia tira por la borda el ánimo de los colombianos que se proponen ser dignos representantes de la cultura de nuestra patria, lejos de sus pagos geográficos?
¿Esta es una manera de promover la lectura entre los nacionales residentes en el exterior?
La apostilla: Muchos años antes de que la Cancillería de San Carlos le pusiera talanqueras a la venta, en consulados y embajadas, de los libros de autores colombianos presentados en sus legaciones diplomáticas, el binomio conformado por Fernando González Pacheco y Daniel Samper Pizano tuvo la feliz idea de lanzar desde la cúspide del Salto de Tequendama el libro biográfico del irrepetible número uno de la televisión colombiana.
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