La administración pública no puede continuar de espaldas a las necesidades de la gente y debe reinventarse. Para ello, es necesario que se haga un inventario muy minucioso de todos los procedimientos que actualmente se realizan y formularse dos preguntas concretas: ¿Son necesarios estos procesos? ¿Cómo podrían aligerarse y facilitarse de cara a los ciudadanos?
La primera pregunta es clave, pues se van convirtiendo mañas, intransigencias y sencillos caprichos en tradiciones acumuladas por generaciones de funcionarios públicos, que se convierten con el tiempo en verdaderos inamovibles. Así, lo que no sea estrictamente necesario y que no aporte al bienestar colectivo, debería desaparecer. Y de otra parte, la optimización de los procesos es fundamental. El esfuerzo que buscó reducir al máximo los trámites hecho por el presidente Uribe, que tuvo como objetivo entre otros las autenticaciones y similares, hay que mantenerlo y dejar que las presunciones de validez actúen y no haya que estar demostrando todo, ¡hasta lo indemostrable! Desafortunadamente, a algunos funcionarios, apoltronados en sus cargos y atrincherados en sus exigencias caprichosas y hasta ilegales, les encanta colocar esas murallas de ineficiencia en sus despachos.
La administración pública debe dar una vuelta grande. Pensar qué necesita la gente y desde allí plantearse su trabajo. Seguramente si los funcionarios públicos oyeran más a la gente, estuvieran mucho más sintonizados con las personas del común, tendríamos una administración pública muchísimo más agradable y eficiente para toda la sociedad.
Este proceso no es fácil hacerlo de la noche a la mañana. Pero sí se puede dinamizar desde la cabeza de las administraciones. Llámense alcaldes, gobernadores, directores de institutos, cabezas de secretarías, etc., tienen esta tarea y obligación. Qué bueno que se estudiaran las mejores prácticas a nivel estatal para hacer esta revisión.
En Francia, un país tradicionalmente con un sistema estatal pesado y burocrático, han iniciado esta tarea a nivel municipal con mucho éxito. Es un cambio donde se ve al ciudadano no como un usuario y subyugado; sino por el contrario, como una persona a la cual hay que apoyar y facilitarle su acceso a los derechos. Y tienen experiencias muy bonitas de funcionarios que con esa vocación de servicio han logrado permear toda una función pública y se va concretando el cambio de mirada de la administración hacia la gente.
Una administración pública abierta hacia la gente. Una administración pública que se permite repensarse, una administración pública que facilite y no que entorpezca. Esto es lo que requiere la comunidad.
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