No es el título de esta columna un slogan de una campaña política. Es en cambio un mensaje sobre cómo nos van a cambiar nuestras vidas ante el ineludible cambio climático que está afectando a toda la humanidad. El titular no es nuevo, pues desde hace ya varios años la temperatura de la tierra está aumentando frente a su promedio histórico. Es por esto que los gobiernos del mundo, entre ellos Colombia, están tomando medidas para mitigar los negativos impactos de esta realidad.
De manera pues que es fundamental analizar de forma muy concreta en qué consiste este proceso y cuáles están siendo y serán las implicaciones del mismo para nuestra sociedad. Dos trabajos recientemente elaborados por la OECD (OECD, 2014; OECD, 2014) para el caso colombiano ayudan a ilustrar la realidad y a plantear posibles soluciones.
Comienzan ambos trabajos afirmando una vez más que Colombia es un país vulnerable al cambio climático. Los números saltan a la vista: las pérdidas económicas asociadas a los desastres naturales relacionados con el clima han excedido en 4 veces a aquellas ocasionadas con los terremotos. Es fácil ilustrar esta situación cuando el invierno del 2010 afectó más de 3 millones de colombianos (7% de la población actual) llevando al país a destruir 2 puntos de todo su PIB (Producto Interno Bruto). En algunas regiones la destrucción de valor se acercó a un 15%. ¿Vulnerables? Pues claro que sí.
Y es nuestro país más vulnerable al cambio climático que muchos otros. Y no por negligencia del Estado, como podría afirmarse de forma facilista y absolutista. Es nuestra geografía y topografía la principal razón de dicha vulnerabilidad. Por ejemplo, nuestros paramos -principales fuentes de agua- están registrando aumentos sin precedentes de temperaturas, los glaciares están desapareciendo y el nivel del mar aumentando en nuestra Zona Caribe. Es una ineludible realidad que hay que afrontar.
La gran disponibilidad de agua también nos hace frágiles. Según la OECD, Colombia tiene 49.000 m3 per cápita de agua dulce, mientas que los países miembros de OECD tienen 900 m3 y el resto de América Latina no supera los 7.200 m3. Bastaba ir hace dos años al barrio La Enea de Manizales para darse cuenta de este fenómeno; en pleno racionamiento, brotaba de manera abundante agua de todos los barrancos. Este privilegio también implica una enorme vulnerabilidad. Según la OECD, a lo largo de este siglo la región Andina dejará de tener un clima semi-húmedo para tener uno semi-árido. ¿Se imaginan lo que es esto? El impacto que este hecho tendrá sobre los glaciares y páramos generará difíciles consecuencias frente nuestra disponibilidad de agua. Más grave aún si tenemos en cuenta que el 75% de los colombianos dependemos de los páramos para el abastecimiento de agua y que más del 70% de toda nuestra energía viene de dicho recurso.
Otra razón que explica nuestra vulnerabilidad al cambio climático tiene que ver con la coincidencia geográfica entre las zonas de actividad económica y las zonas más expuestas al cambio climático. Es decir, históricamente la Región Andina y la Costa son las zonas donde más se han concentrado la actividad económica y los riesgos climáticos. Hay documentos que incluso afirman que el desarrollo económico en estas aéreas se ha convertido en un importante generador de riesgos en materia de inundaciones.
¿Qué hacer ante toda esta vulnerabilidad? Los documentos de la OECD también son ilustrativos en materia de recomendaciones.
La OECD identifica algunas aéreas de trabajo para lograr una adecuada adaptación al cambio climático. Una de ellas tiene que ver con las políticas dirigidas a los sectores económicos que más afectados se verán con el cambio del clima. Estos son: minería-energía, vivienda, agricultura y transporte-infraestructura. Por ejemplo, es fundamental que en materia de vivienda los gobiernos locales desarrollen programas para reducir los asentamientos en aéreas periféricas de alto riesgo y así evitar tragedias de las que todos ya conocemos.
Otra línea de política mencionada por la OECD tiene que ver con el uso de la tierra. Es fundamental alcanzar una armonía regional entre la utilización de la tierra con fines productivos o vivienda y el cuidado del medio ambiente. Para esta labor es determinante el trabajo a través de los POT (Planes de Ordenamiento Territorial), instrumento a través del cual una ciudad decide en qué se va a utilizar cada centímetro de tierra. Hay que fortalecer esta figura pues en caso contrario el crecimiento de la población y la actividad económica generarán una desordenada y peligrosa utilización del suelo con futuros impactos desastrosos.
El cambio climático ha llegado para quedarse. Colombia deberá hacer más que los otros países. He ahí el bonito reto que nos espera para trabajar por el bienestar de las futuras generaciones.
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