Advierto que no vengo a dármelas de redentor, ni mucho menos a creerme juez de nada ni de nadie, simplemente emitiré mi visión, desde una óptica joven, quizá algo ingenua y virgen en cuanto a muchas prácticas políticas, de la contienda electoral para la Presidencia de la República, que cruzó su primera etapa el pasado 25 de mayo.
Comienzo diciendo que la virginidad que menciono quedó atrás, ya que los escándalos, la guerra sucia, la polarización y la carencia de debate "violaron" políticamente mi mente, que con pocos años de edad se escandalizó al ver cosas que jamás había llegado a presenciar. Es triste y lamentable cómo esta contienda electoral se asemejó más a una batalla campal que a una campaña a la Presidencia de Colombia.
Todo inició como un altercado entre niños, el cual brilló por la carencia de confrontación de ideas y propuestas. En cuanto a debates televisados, en más de tres meses de campaña tan solo hubo dos en los principales canales privados del país, uno en Caracol y otro en RCN. Los demás, en cadenas regionales, fueron con muy poca audiencia, poco despliegue mediático y, peor aún, con pocos candidatos a bordo. No es aceptable que para una campaña de semejante magnitud haya habido tan poco debate, por no decir inexistente, y peor aún, que los candidatos que pretenden, o pretendían, gobernar esta nación no asistan y prefieran la politiquería barata y tradicional por encima de enfrentar sus ideas con altura.
Como si fuera poco, de un momento a otro esta campaña estalló cual Hiroshima y la guerra sucia y putrefacta comenzó en un vaivén de acusaciones y arremetidas que no hicieron más que atiborrar los titulares de los medios, opacando y dejando por debajo los verdaderos problemas de nuestra nación. Es verdaderamente repugnante que haya habido acusaciones tan graves, sean ciertas o no, que llegaban hasta de señalar por un lado el ingreso de dineros del narcotráfico y por el otro chuzadas e interceptaciones ilegales. Reitero, no soy quién para juzgar, pero el punto es que es absolutamente inaudito que rumores de actos tan bajos manchen las campañas de quienes pasaron a segunda vuelta, y más grave será si algún día se llega a comprobar que algo de esto fue cierto.
Es pasmoso que la contienda llegue hasta un punto donde el país se polariza, y temas como la paz, la educación y la justicia se politizan sobremanera. Fue tanta la división que hasta los medios de comunicación nacionales mostraron polarización en cuanto a la contienda y uno que otro le cargó la mano a algún candidato, llevando a grandes periodistas, como Juan Gossain, a criticar su rol en la contienda, donde perdieron toda la objetividad, pilar básico en la difusión de noticias.
Como si fuera poca la polarización, la guerra sucia y la politización de los temas clave, el día de las elecciones los comicios arrojaron una cifra estremecedora: 60 por ciento de abstención. Es un dato que me deja corto en palabras. Es reprochable y triste que para tomar una decisión de tanta importancia para el porvenir de la nación, el 60 por ciento de los colombianos decidan hacerse a un lado y perder todo interés en el devenir de nuestra amada patria. Es todavía más aterradora esta cifra cuando se descubre que es histórica, tan solo superada por el 69,9 por ciento de abstención de las elecciones de 1990, cuando en un año murieron cuatro candidatos, Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos Galán; y por el 66,6 por ciento de las elecciones de 1994 donde la contienda electoral se dinamitó de manera estremecedora luego de que Andrés Pastrana denunció el ingreso de dineros sucios del Cartel de Cali a la campaña de Ernesto Samper.
Es escalofriante que hayamos vivido una campaña como las de los noventas, comparable con una en la que cuatro candidatos fueron asesinados por el narcotráfico y la ultraderecha y además se exterminó casi por completo un partido político; y otra en la que el presidente electo recibió dineros calientes untados de la sangre de miles de colombianos que padecieron el flagelo del narcotráfico.
Lo más triste que nos deja esta carrera a la Casa de Nariño no es quiénes hayan pasado a segunda vuelta, sino que los candidatos se dedicaron a practicar la política clásica, basada en la campaña sucia y la crítica a los demás candidatos y no se enfocaron en plantear sus principales propuestas en los temas fundamentales de nuestro país. Es el hecho de que los medios y la sociedad estuvieran absolutamente polarizados, incluso en temas tan vitales y trascendentes como la paz o la educación, hace que esta campaña haya sido triste, decepcionante y pésimo ejemplo para los jóvenes como yo, que por primera vez vivimos una contienda presidencial tan sucia y politiquera.
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