Cada mañana que amanezco pienso en ellas. Miro hacia los cerros orientales de Bogotá y si hay nubarrones me salen unas lagrimotas fugitivas de pensar en el frío que estarán sintiendo. No sé a qué horas me metí en esto ni cómo fue que me hice a tres perritas o en qué momento cambió así mi vida.
Si pudiera devolver el tiempo no cambiaría nada, las adoptaría a las tres de nuevo, porque si no lo hubiera hecho, no existirían, y sin ellas yo no podría vivir. Son hijas -o eran, porque ahora son las mías- de la perrita de unos campesinos que son vecinos por La Calera donde tenemos un establo con dos caballos, que no monto pues me dan miedo; solo los acaricio y les doy panela, y eso que con susto de que me vayan a morder, aunque me parecen divinos, su olor, su poderío, sus músculos, todo en ellos es como de otro mundo. En cambio mis perritas son de este mundo cruel en el que el control natal que tienen en el campo para controlar la población de perros que los aqueja, es ahogar a las cachorras en la quebrada. Los machos se salvan casi siempre.
Y cuando llegaron los niños de la vereda a contarme que el papá de Pao iba a ahogar a las perritas me dio un pesar de Pao la pobrecita con seis añitos y estigmatizada por ser la hija del asesino de la quebrada, y me fui a salvar a la niña del escarnio público. Y salieron esas tres perritas corriendo hacía mí y balbuceando que las salvara de la muerte. Y salvé a la niña Canchis primero, la cogí rápido para que la mamá no me mordiera y me llevé esa bolita de pelos para mi apartamento en Bogotá. Esa noche la arrullé en mis brazos para calmar su llanto, nos abrazamos y dimos besos, y antes de que llegara el día supe que ese era el amor verdadero. Y amaneció y me fui por las otras dos.
A una de ellas me la adoptó una señora que vive frente a mi edificio con dos hijas que se morían por tener a su mascota. La otra se la di a una sobrina de mi empleada del servicio, que también tenía dos niñas que querían perrito, pero solo cachorrito, pues después de ser su juguete preferido y de enloquecerla a punta de manoseos y gritos, cuando creció la amarraron en una azotea. Y según ellas la perrita se volvió agresiva. Qué tal eso. Y luego me botaron a mi Sasi a la calle. Allá fui a recogerla. Quedé con dos y problema doble, porque debo decir que no tengo las facultades de un César Millán por ejemplo, que ahora es mi héroe. No tengo ni idea de lo que hay que hacer para que me hagan caso. Les hablo, les pido, les ruego, les suplico y no entienden, hacen lo que les da la gana.
La crianza en el apartamento no fue fácil, me adelgacé como cinco kilos y nunca pude volver a dormir en paz. Decidimos llevárnoslas para el establo a que crecieran allá con los caballos. Sueltas. Como los otros perros de la vereda. Sucias, como ellos, y sin mamá. Y ahora, para peor de males, en esa verraca montaña es en la única parte que está lloviendo en Colombia. Y con ese frío que hace allá arriba.
El colmo fue cuando la perrita de los vecinos otra vez tuvo camada. Y otra vez las iban a asesinar. Y otra vez yo salvé a una, la más chiquita, que nadie quería. Quedé con tres y problema triple. Y esterilicé a todas, a la mamá, las mías y la nueva, mi Luna, la cosita más preciosa.
Y allá están creciendo las tres, sin mí. Las traigo a veces a la veterinaria, porque les han dado toda clase de enfermedades, por las garrapatas, la humedad, la lluvia. Y para completar mi desgracia resulta que cerraron la carretera por la lluvia y hay que coger por unas trochas para las que se necesita 4X4 y casi no puedo ir a verlas sino cuando me llevan, cada 15 días. Esto va a acabar conmigo. Yo no estaba preparada para tener perras, es cierto, pero mucho menos para perderlas. Después de conocer el amor perruno y de vivir con estos seres que me han acercado a la naturaleza y a sus criaturas hermosas yo no creo poder resistir vivir sin mis perritas.
Y allá en esa montaña se quedó mi perro corazón. Y las nubes negras acechan mi alma cada amanecer sin ellas. Pero haré lo que sea necesario. Y no me importa que me digan que estoy loca, ni que mi amor sea vergonzante para aquellos que no han entendido que los perros son nuestros mejores amigos y su bienestar es parte de nuestra responsabilidad con la vida y el planeta.
PD: Si alguien sabe de un entrenador de perros que quiera vivir con nosotros favor comunicarse.
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