Ahora sí ya pasaron los tres meses que -me dijo una médica homeopática- duran los duelos, y podré ser la Carolina de antes, la que esperan, y hasta mejor. Felizmente, salvo mi alma.
Cuando se publique esta última carta, serán tres meses y dos días y estaré más que curada. Y no solo eso, estaré frente al mar en una soleada playa colombiana. Para ese momento habré dejado la pastilla contra la tristeza -que me recetó otro médico- y la de dormir que me recomendó un amigo ¡Ya era hora! Estoy exhausta de mí…
Dejaré de preguntarme si es esta la vida o es sueño. Ocuparé un lugar en un mundo sin ti. Volveré a oír música, todas las canciones, con una salvedad: Mi viejo, de Piero. La única que no me acuerda de ti. Y eso que pensé que cuando te murieras de viejito este himno a los papás me traería tu recuerdo. Pero es imposible pensar en ti como un viejo de tristeza larga que anda solo y esperando y que la edad se le vino encima y ahora ya camina lerdo. Así que me llegó el momento de oír feliz el resto de la música del mundo y llorar solo con viejo mi querido viejo.
Ya no tomaré más vino. El que dejaste, que pensé me duraría para tomarme una botella cada 31 de diciembre los próximos 15 años, se acabó también, salvo una botellita preciosa, de un vino chileno, que tal vez me tome más tarde antes de que sea 21. Y aquí donde me ves, me fumo los últimos, porque creo que hasta se me quitará la fumadera. Y me habré de reír de mí y de ti y de la vida. Y seguro tendré ganas de peinarme otra vez…Todavía no siento mucho tal ánimo porque escribo el viernes 20 y hasta mañana no llegará el final de mi duelo, por lo que aprovecho también para gotear mis últimas lágrimas con Chavela Vargas: uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas, por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso, que el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo…
Pero estaré preparada. Para ver con ojos que vean como los tuyos. Para ser como tú y gastarme la vida sin desperdiciar nadita. Y cuando esté frente al mar y atardezca sin lágrimas sentiré que tú miraste ese mismo mar con los mismos ojos que me dieron siempre luz. Y no gritaré tu nombre al viento. Puede que llore mi alma, pero solo en el mar, y será fácil confundir su sabor en una ola. Y allí, me libraré de mí, y todo estará bien. Y jamás seré como mi amiga que escribía el día viernes en su agenda ejecutiva "NO ir a la fiesta" ¿Cómo así Claudia? "Pues sí quisiera ir pero sin tenerme que llevar".
Tú nunca. Y ya pronto seré así como tú eras, feliz.
Aunque allá, una noche de luna creciente, solita en mis sueños frente a la inmensidad susurraré el "Soneto con una Salvedad" de Eduardo Carranza que tú me escribiste un día triste en que me extrañabas mucho, hace 30 años, en una carta del 14 de febrero de 1985, cuando me fui un año a Londres. Me contaste sobre la muerte, el día anterior, de nuestro querido poeta, y dijiste también que sin mí tu situación se parecía a la de él:
Todo está bien: el verde en la pradera/el aire con su silbo de diamante/y en el aire la rama dibujante/y por la luz arriba la palmera.
Todo está bien: la frente que me espera/el agua con su cielo caminante/el rojo húmedo en la boca amante /y el viento de la patria en la bandera.
Bien está que se viva y que se muera/el sol, la luna, la creación entera/salvo mi corazón, todo está bien.
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