Las mariposas amarillas se han cubierto de negro. Depositan los huevos, que serán larvas y en un sin tiempo cambiarán a crisálidas, para que vuelvan a volar las nuevas mariposas, esas que de seguro van a seguirlo hasta el sepulcro. Mientras tanto revolotean sin rumbo porque contrariando la canción, ahora llegan, pero ya no se van. Era el preanuncio de una muerte anunciada, muerte que no esperábamos todavía, pero muerte implacable, que en la rutina de su guadaña se lleva a los mejores. Muerte que sin saberlo es más complaciente con los peores, los deja vivir mientras hacen y deshacen a su antojo, como les viene en gana, hasta que la parca implacable les acabe la vida de un solo tajo.
Los Cien años de soledad, que fueron el icono de nuestra vida literaria, se convierten ahora en el descanso eterno de una pluma incansable, agobiada en los últimos tiempos por los avatares de una enfermedad tan devastadora como silenciosa. Una enfermedad que no le hizo mella a la dignidad de Gabo, pero que eran la premonición de una muerte anunciada, está abarrotada de cronistas, de los que brotarán crónicas para inundar el universo macondiano.
El coronel Aureliano Buendía, ahora irónicamente, tendrá muchos que le escriban. La historia de las putas seguirá siendo triste. El amor seguirá debatiéndose entre todos los otros demonios que lo rodean. Los 12 cuentos, como los apóstoles seguirán su peregrinaje. Continuarán los amores en medio del cólera, porque paradójicamente el amor es endémico como lo es la pasión, que no en vano ha sido llamado con eufemismo "La pasión colérica", ese estado de fiebre álgida y grave, que inunda la humanidad como una endemia, esa que creen es como algunos la conocen, "La enfermedad azul". Solo que para Gabo el mundo estaba teñido de amarillo.
Ahora, cuando llega a su fin la vida del patriarca en el otoño, ya no tendrá tiempo para continuar escribiendo y vivir para contarla. Florentino Ariza dejará la constancia de su amor incondicional por Fermina Daza, para antes de volver a él derramar unas lágrimas por su creador. Eréndira quedará ida y no nos contará más la historia de su abuela desalmada. Y en medio de esta hojarasca pasará al infinito insondable, el más grande entre todos los grandes. Ese que a pulso, en medio de ramajes, dificultades, hambre y soledades, escribió su propia historia y nos contó nuestra realidad, como la de un mundo mágico, injusto, de discriminación y de odio, de venganzas y muerte, de avaros, y desposeídos, de sus injusticias; de violentados y acribillados, como si la vida repitiera que siempre y sin escapatoria, es la crónica de una muerte anunciada.
Gloria al maestro que se inmortalizó en sus libros, al genio que jugó con las palabras para hacerlas comprensibles y mostrarnos una verdad que tiene más de realidad que de magia. Descanse en paz y sirva de ejemplo a los que apenas comienzan una vida que los llevará al mismo destino, el de la muerte, pero pidiendo que los lleve de manera lucida, decente, bien contada, siguiendo el ejemplo que tenía Gabo, con toda la dignidad intelectual del gigante, ese que nació entre nosotros, en la olvidada Aracataca y, sucumbió ante el inevitable poder de Tánatos y su guadaña. Paradójicamente acaba su vida con su muerte, pero la muerte lo transforma en inmortal.
La vidorria continúa, no se detiene por grande que sea el personaje ido, el reloj corre, corre más rápido de lo que corría en Aracataca o en Zipaquirá. La vida real no tiene magia. El realismo es abrumador y el futuro es desolador. Vamos rumbo a la hecatombe, pero no a la promocionada por el político odioso, vamos al colapso de un planeta que no tiene dolientes, y que no se alegra de las historias que contar, pero le hace reverencia a los que lo destruyen, lo arrasan con sus máquinas de destrucción masiva, con su irrespeto al ecosistema, con su desprecio a la sostenibilidad, con su delirante obsesión por devastarlo todo, solo para mejorar los ingresos de unos cuantos que se enriquecen con la tragedia de millones. Porque como bien lo dijera el escritor: "El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo".
Vivimos en el tiempo de la impermanencia, esa en la que lo superfluo es más importante que lo esencial, un tiempo que se enorgullece de los que logran el éxito pasando por encima de aquellos, que gracias a eso pierden la esperanza y viven del fracaso. Nada parece importarnos. "Todo es igual, nada es peor", como bien lo anticipara Cambalache. La mayoría hacen alegoría y rinden culto al efímero éxito, a sabiendas de que no pasa de ser una menospreciable vanidad humana. Olvidan lo que sentenció con sabiduría García Márquez: "No, el éxito no se lo deseo a nadie. Le sucede a uno lo que a los alpinistas, que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan, ¿qué hacen? Bajar, o tratar de bajar discretamente, con la mayor dignidad posible". Es necesario que nadie pueda darse cuenta de las purulencias que emanan de sus carreras locas por escalar posiciones y hacerse notorios y creerse notables.
Gabriel José de la Concordia García Márquez, Gabito, descansa en paz, nos deja una herencia incalculable, un patrimonio universal, que debe ser ejemplo para los que apenas comienzan el trasegar por la vida, para que ellos no resuelvan cometer la osadía del analfabeto Julio César Turbay, el de los 7.000 libros para adornar una biblioteca, quien lo obligó al exilio cuando aseguró que era un comunista del M 19; ni la de la representante del Uribe Centro Democrático, María Fernanda Cabal, cuando con imbecilidad sin par rebuznó en twitter, afirmando que el nobel y Fidel se encontrarían pronto en el infierno. La misma para quien es una prioridad política, ocultar y silenciar la existencia de las personas homosexuales y de las parejas del mismo sexo. Siendo cabal necesitará un papayo y no un escaño en el parlamento.
Pero la ignorancia de esos atrevidos no importa, él mismo lo dijo un día: "Lo único que me duele de morir es que no sea de amor". ¡Que Gabo descanse en paz!
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