La campaña política por la presidencia de Colombia no pudo tener mejor cierre. Esta semana, después de los debates entre Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga por City TV y La FM, en la que se cantaron los pecados y sacaron el retrovisor, dejaron que los electores saquen sus últimas conclusiones en sus jefes de debate. Y no hablo de César Gaviria por Santos, o Marta Lucía Ramírez por Zuluaga. Me refiero a la que ahora llaman "la loca de las naranjas" y la abuelita que no piensa votar por "zurriaga".
Estas dos mujeres -una actriz, la otra actriz natural- reflejan lo que fue esta campaña: una pelea de verduleras. La loca de las naranjas, una propaganda pagada por la campaña de Zuluaga, protesta en una tienda por la falta de oportunidades que tiene su familia por la pobre educación del país. Su tono de voz se torna agresivo, exigente, y finaliza con vías de hecho: le tira una naranja al que está detrás de la cámara. ¡Muy uribista!
Por su parte, la actriz natural se despacha -también desde una tienda- en una diatriba cargada de insultos en contra de "zurriaga". En medio de su enredo, que incluye una mandada a comer mierda a su sobrina que sí piensa votar por el caldense, dice que va a votar por "Juan Pa". ¡Muy santista! La mujer ni siquiera se sabe el nombre del presidente candidato, así como Santos tampoco conoce las necesidades del día a día de los colombianos.
En eso quedó reducida la política nacional, a gritos y manoteadas. Zuluaga aprieta los dientes y Santos lo azuza con lo del hacker Sepúlveda. Zuluaga le recuerda al Presidente que él también hizo parte del gabinete del polémico Álvaro Uribe, y Santos se descacha al decir que como ministro de Defensa siempre tomó decisiones autónomas. ¿Se va a responsabilizar de los falsos positivos? Sus expresiones en el debate no son muy diferentes a esa pelea farandulera entre Gina, la exparticipante de Protagonistas de Nuestra Tele, y el cantante Giovanny Ayala. "¡Mentiroso!", le grita ella, "¡Zorra prepago!", le señala el otro. Suben el rating, pero no le dejan nada al elector.
El discurso zuluaga-uribista no convence. Está lleno de sofismas e ideas sin sentido. Se pegan de un castro chavismo inexistente en Colombia. ¡Ni las Farc son castristas! Siendo el "más grande cartel del narcotráfico del mundo", como lo señala Zuluaga, son una empresa (terrorista, eso sí) que depende de la economía del mercado. Eso es capitalismo. Y Santos no tiene ni una pizca de comunista. Alegan desde el Centro Democrático que le van a entregar el país a las Farc y que va a ver impunidad. ¿Dónde dicen eso? Hasta donde se ha dicho, todo irá a un referendo que votaremos los colombianos. Ya se encargará Uribe, desde su puesto como senador, de bombardearlo si no le gusta.
Zuluaga en las últimas semanas se ha desdibujado y ahora sí parece una marioneta del expresidente. Imita su tono de voz y su actitud pendenciera. Lo del hacker y el video en el que están reunidos hablando de cómo espiaban al Gobierno era suficiente como para retirarse (insisto, Richard Nixon se fue de la presidencia de Estados Unidos por menos), pero ahí está sosteniendo el cañazo. Ese cuento de que no sabía a qué iba no se lo cree nadie. Ya nos podemos hacer una idea de cómo le llegaron las fotos a Uribe de los jefes guerrilleros paseando en un catamarán por Cuba, o las coordenadas para recoger a algunos de ellos en los Llanos Orientales, o las imágenes filtradas de policías asesinados en una carretera cerca a Maicao para decir que la guerrilla se tomó La Guajira.
El temor que produce Óscar Iván en el poder (con Uribe a la sombra) es que se regrese a la época de las cortinas de humo para mejorar la imagen del gobierno. A los falsos atentados, a los petardos sin sentido. A la época de intimidación a los medios y espionaje a la oposición. A las triquiñuelas de último minuto en el Senado para manosear la Constitución. Al cohecho. A las visitas de narcoparamilitares a la Casa de Nariño por la puerta de atrás.
Además, están jugando a sembrar temor en lo desconocido, como lo hacían nuestros antepasados, como lo hace la iglesia. En Colombia, desde hace más de 50 años no conocemos la paz. No sabemos cómo se hace, cómo funciona un país así. Por eso se nos dificulta imaginarla. Seguramente hay que hacer concesiones y los resultados no se verán hasta dentro de una o dos generaciones (en 1985, ¿alguien se imaginó a alguien del M-19 en una gobernación o alcaldía?), pero en este momento vale la pena jugársela por la paz. A ver si al fin dejamos de tirarnos naranjas en vez de sacarle el jugo y compartirlo con el enemigo.
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