Por nuestro bienestar, la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo público esta semana un documento en el que por petición de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) las carnes rojas y los embutidos se deben incluir en su lista de sustancias cancerígenas. Los ubicaron en nivel 2A, el mismo que el asbesto y el tabaco.
La IARC se encargó de meternos más miedo. "La carne roja se refiere a todos los tipos de carne muscular de mamíferos, tales como la carne de res, ternera, cerdo, cordero, caballo o cabra”. "50 gramos de carne procesada consumida diariamente aumenta el riesgo de cáncer colorrectal en un 18%". "Además, también hay evidencias de cáncer de páncreas y de próstata".
¡El horror! No más carnes rojas. Y si a eso le sumamos que al pollo lo engordan con hormonas y nos vuelven maricas (según la modelo Natalia París y el presidente boliviano Evo Morales), pues tampoco le vamos a las aves de corral. ¿Y el pescado? Mucho es de cultivo, alimentado -según denunció el chef estadounidense Dan Barber- con concentrado elaborado con los desechos del pollo hormonado. ¿Mariscos? Su carne absorbe el mercurio que cae a las aguas.
Tampoco comamos pan. El médico nutricionista gringo, William Davis, asegura que el trigo es malo. "Es un veneno cotidiano", señala. ¿Frutas y verduras? Regadas con pesticidas y agroquímicos. ¿Granos y leguminosas? La mayoría son manipulados genéticamente para que contengan ADN animal. ¿Insectos? Solo en México y en Santander.
Y nada que tenga gluten, nueces, glutamato monosódico, azúcar, saborizantes, colorantes; grasas saturadas, polisaturadas, monoinsaturadas. Nada con lactosa. Ni licor fermentado o destilado. Cero cafeína y teína. El chocolate produce migraña. Todo es nocivo.
Nuestro planeta, de unos 7 mil millones de habitantes, produce comida suficiente para 12 mil millones de personas, pero aún así hay desnutrición y la gente se sigue muriendo de hambre. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el mundo se sostiene sobre las 570 millones de granjas que producen alimentos. Ahora la OMS y demás estudiosos de la nutrición nos dicen que gran parte de ese alimento es nocivo.
Aquí hay gato encerrado. El 80% de esas granjas pertenecen a pequeñas familias productoras. El 20% restante es de la gran industria agroalimentaria. Un par de compañías que, según un informe de Bank of America Merrill Lynch, manejan un 3% de la economía global. Nestlé, Archer-Daniels y Bunge son las más grandes y las que nos dan de comer. A nosotros, los países desarrollados o en vías de desarrollo, pues tenemos con qué comprarles. No a esas regiones subsaharianas donde las hambrunas son noticia anual.
La alimentación es un negocio y, para acapararlo, nada mejor que meter miedo. Decir que esto o lo otro es malo. Da cáncer o sida, si lo explica el congresista Óscar Ospina. Y sí, mucha de la comida que hay ahí afuera en los supermercados y restaurantes es mala. Pésima y tóxica. Porque las multinacionales no están interesadas en darnos calidad, quieren que consumamos en cantidad y de manera compulsiva. Por eso muchas de ellas patrocinan estudios como los de la IARC, para manipular tendencias y obligarnos a dejar de comer una cosa y pasarnos a otra. Por eso han manipulado las fechas de caducidad de algunos productos obligándonos a consumirlos con más rapidez. O con aditivos adictivos, para que nos enganchemos a ellos. Nos ceban, por eso tanta obesidad. Ellos son el verdadero cáncer.
¿Quiere comer sano? Cómprele directamente al agricultor. Vaya a la plaza de mercado y evite el intermediario. Hable con él y pregúntele cómo cultiva sus hortalizas y frutas. Con la carne, sea exigente con quien se la comercializa y pida cortes buenos. Evite esas que ya vienen aliñadas. Panes, los hay artesanales que no usan trigo manipulado genéticamente, que es el trigo malo.
Y antes de creer que un asado le dará cáncer colorrectal, piense que esto sucede en casos de consumo excesivo de esta proteína. Coma, pero coma bien. Y quienes hemos tenido el placer de visitar sitios como La Brigada, en el barrio bonaerense de San Telmo, sabemos que ese bifé tan tierno que se parte con cuchara como si fuera mantequilla, y sus deliciosos y delicados chinchulines de cordero no son solo buenos para la salud. También lo son para el alma.
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