Como ya no llegan cartas, ni telegramas, extractos bancarios, publicidad o demás correspondencia, las únicas que no fallan con odiosa puntualidad son las facturas de los servicios públicos, siempre más costosas y apremiantes; aparecen por debajo de la puerta en los momentos más inoportunos. Esas mismas que pagaban nuestros mayores con plata de bolsillo y que debían cancelar en una oficina de las empresas públicas de la ciudad, porque todos los servicios eran prestados por una misma entidad.
Hasta que apareció la ley que permitió la creación de empresas con capital privado, además del público, para abastecer la ciudad de servicios como el agua, el aseo público, la electricidad, el alumbrado público y tiempo después el gas natural que fue el último en aparecer. Estas empresas tienen la ventaja de contar con capitales privados entre sus dueños, lo que asegura un manejo honesto y efectivo, y controla mejor la corrupción.
Claro que al mismo tiempo presentan un pero que para mí es como una bofetada y es que divulgan cada año unas cifras monumentales en utilidades. Muy bueno que les vaya bien en el ejercicio del año, que la empresa crezca y genere más empleo, pero saber que un privado se eche plata al bolsillo de esas utilidades, mientras uno reniega a toda hora por la forma en que suben sus tarifas, es algo que descompone al más tranquilo.
Pero bueno, sin echarle más leña al asunto de sus utilidades, paso a hablar mejor de la bendición que representa contar con ese maravilloso privilegio en nuestra casa. Es que nadie aprecia lo que tiene sino hasta que lo pierde y por eso debemos vivir emergencias o cortes programados para sentir en carne propia lo que es vivir sin ellos. Recuerdo el caos que envolvió a Manizales cuando el invierno ocasionó un corte en el servicio de acueducto, cómo sufrimos, las angustias que pasamos, el despelote general.
En cambio pasan años sin que tengamos problemas con el servicio y a diario utilizamos el agua a cada momento, sin detenernos nunca a pensar en ese privilegio. Y con un plus que tenemos aquí, y es que uno puede tomar agua del grifo como si tal. Porque yo sí le digo que esos cientos de municipios que abastecen sus acueductos por ejemplo del río Magdalena, sobre todo después de recoger toda la rila del interior del país, tienen que ser muy prudentes al momento de usarla. Y eso los privilegiados, porque son muchos a los que no les llega el agua a las casas y por ello deben cargarla a diario en burras y carretas. Ni soñar ellos con tener un buen servicio de recolección de basuras o un aceptable alumbrado público para poder recorrer las calles durante la noche. El gas natural ni pensarlo.
La energía eléctrica es utilizada por nosotros casi que en cada momento y basta que corten ese servicio unos pocos segundos para que todos los miembros de la familia comenten en coro: ¡Se fue la luz! A los pocos minutos regresa la energía y el coro se repite: ¡Llegó la luz! A toda hora hay alguien pegado al televisor, dependemos de la energía para utilizar el baño, para el arreglo de la casa y ahora para algo que se convirtió en una adicción para todos los miembros de la familia, el internet y su carnal el teléfono celular.
Lo increíble es que las personas no saben qué hacer con su tiempo al quedar sin conexión, porque nadie sabe interactuar con el resto de la familia, conversar con los demás, demostrar interés por sus vidas. Triste realidad.
N. de la D.
Pablo, siempre cumplido y previsivo, dejó dos artículos escritos la semana pasada antes de salir para el hospital, este y el que publicaremos la semana entrante. Lo extrañaremos en este espacio, como columnista y como amigo.
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