Ha sido impresionante el boato con que la monarquía inglesa recibió a Santos en su viaje a esa monarquía por excelencia, donde se guarda con gran respeto unas tradiciones que para nosotros no dejan de ser remembranzas anticuadas de civilizaciones que nos precedieron hace muchos años, y que hoy vemos como dignas de una película de Hollywood.
No voy a entrar en el estudio de los mandatarios que añoran las inclinaciones de cabeza ante su Serena Majestad la Reina, sino a tratar de entender cómo sobreviven los caballeros de la corte enclaustrados en viejos salones llenos de pompa y solemnidad, conservando vestimentas, que por lo menos a mí me hacen estremecer de la envidia. Entonces es cuando comenzamos a pensar si los homenajes que se rinden muy de vez en cuanto a distinguidos personajes como a nuestro presidente son realmente eso, o los podríamos llamar la mermelada para los habitantes de este tercer mundo.
Se han presentado en estos últimos días dos hechos que coinciden en el fondo, pero que una vez analizados con serenidad nos muestran que en el mundo sigue primando la etiqueta de la diplomacia, no solamente por alabar los méritos sino por echarse al bolsillo a quienes en un momento pueden ayudar con algún problema. Nos dejó boquiabiertos el Nobel de paz adjudicado al presidente Santos por un jurado de nobles que al parecer es muy poco lo que conocen de lo que pasa en este lado del mundo. Tan inesperada esta distinción que el primer sorprendido fue el propio Santos, porque él sabía que el desarrollo de los hechos de lo que sucedía en La Habana no indicaba que las cosas iban por buen camino, como quedó demostrado con el plebiscito, y el resultado sorprendente con que la mayoría se negó a aceptar una imposición de tal magnitud.
Si las cosas hubieran sido más claras y el doctor Santos hubiera sido un poco más humilde, cosa que me parece muy difícil, y no hubiera derrochado tanta prepotencia, es muy posible que todos lo hubiéramos respaldado, porque el trabajo desarrollado por los negociadores del gobierno durante cuatro largos y tormentosos años, muy bien encabezados por el doctor De la Calle, tendría en estos momentos el respaldo que se le negó en las urnas.
Analizando los hechos con más calma, vemos como al final sucedió lo que muchas veces se le advirtió al presidente y que él dentro de su campana de cristal no quiso entender, y fue que la gente iba a votar en contra no del acuerdo, sino de su gestión como gobernante, pues su índice de aceptación sigue como uno de los más bajos que haya tenido algún primer mandatario de Colombia.
Puede ser que, si el de arriba así nos lo depara, le cambie un poco la suerte y con las modificaciones que necesariamente se le tienen que hacer a los convenios, podamos volver a la normalidad, y Dios quiera encontrar la paz.
Los negociadores del Gobierno van para La Habana, lo que prueba que las cosas se deben cambiar. Afortunadamente tenemos una oposición que por más que la han tratado de menospreciar, tenía mucha razón en sus planteamientos, y es mejor dar claridad en la casa que oscuridad en ella.
P. D.: Lo que se dice de un hombre no significa nada. Lo que importa es quien lo dice.
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