Después de una álgida campaña presidencial en la que demostramos que todavía nos falta mucha cultura política para estar a la altura de países con una verdadera civilización electoral, finalmente parece que sobreviviremos a una de las campañas más desagradables, pues en vez de ser una fiesta de la democracia se convirtió en una lucha que poco le faltó para ser peligrosamente cruenta.
Luego de la primera elección del presidente Uribe, las cosas siguieron bien encaminadas hasta que se llegó a la intención de alcanzar un tercer mandato. Aún los que fuimos, y seguiremos siendo, seguidores de las ideas de Uribe reconocemos que haber pretendido llegar a la segunda reelección fue una gran equivocación que lamentablemente abrió las puertas de quienes se convirtieron en huérfanos del poder y han utilizado toda suerte de artimañas, casi todas rozando con el código penal, tratando de recuperar sus perdidas prebendas, por el buen manejo del mandato que ejerció Uribe en sus dos períodos.
Increíblemente, a pesar de voces que alertaban sobre los peligros de una decisión de esa naturaleza, pudieron más las clases políticas, lo que ha provocado este desenlance cuyo final está muy cerca, en el que todo indica que Zuluaga será el vencedor, a pesar de todas las movidas sucias que hemos visto, sobre todo de esa clase politiquera aberrante y troglodita que sigue empeñada en continuar siendo la dueña del gobierno sin pensar que, por bien de Colombia, ya su época dejó de existir.
No resisto volver a criticar con todas mis fuerzas a los grandes capos del periodismo, quienes son en esencia peores que los enquistados políticos. Siempre recordaré la frase del maestro Gossaín, que para mí representa exactamente lo que ha sido la actuación de algunos de ellos durante esta campaña: "Ustedes convirtieron al periodismo en una cosa asquerosa".
El tema de la paz también ha dado pie a innumerables controversias por el oportunismo electoral de Santos, quien en una actitud politiquera ha reunido en el último mes a todos los grupos guerrilleros para tratar, a las volandas, de firmar acuerdos de paz en los que los colombianos no creemos, a pesar del apoyo que le han venido dando los grandes cacaos, la mayoría de los cuales prefieren la salud de sus bolsillos al mejor bienestar del pueblo colombiano.
Ayer, en entrevista del desagradable y ventajista Arizmendi con el candidato Zuluaga, nuevamente le preguntaba en cada frase, por qué no estaba de acuerdo con la paz. Esto es lo que se llama una fijación mental enfermiza. Miles de veces hemos dicho los opositores, con voz fuerte, que sí queremos la paz, pero no bajo las condiciones que están imponiendo los narcoguerrilleros sino con el regreso a las leyes, parando las horrorosas masacres, entregando las armas, eliminando el secuestro de niños, aboliendo las bombas humanas, y tantos otros crímenes que siguen cometiendo y que no parecen tener la menor intención de acabar.
Mañana será un día crucial y el pueblo colombiano tiene muy presente que lo que está en juego es el futuro de nuestra patria. Tenemos que salir a votar con entusiasmo y optimismo, y acordarnos de que en la primera vuelta muchos políticos estaban muy confiados de que con sus dudosos procederes electoreros iban a barrer con la campaña de Uribe y Zuluaga. ¡Y miren los resultados!
Gracias al pueblo que entendió que no es en manos de los Serpa, de los Gavirias, los Sánchez Cristo, los Roy Barreras ni los Benedetti, que Colombia vuelva a tomar el camino de una verdadera paz que no esté llena de funestos laberintos que nos impidan ver con claridad hacia donde vamos.
Mañana volveremos a levantar el estandarte de la victoria, porque todavía mantenemos vivo el amor por nuestra patria.
Estamos seguros de que regresando a la unidad ciudadana que lamentablemente perdimos en este gobierno, tendremos unas bases sólidas para alcanzar un progreso firme y duradero
P.D.: Solo hay dos grandes tragedias en la vida de una mujer. El hecho de que el pasado es siempre su amante, y que el futuro invariablemente será su marido.
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