Dejo pendiente la terminación de mi columna de la semana pasada, porque todavía puede dar espera la situación que se sigue viviendo en nuestro continente, pues aunque sigue poniéndose más oscura, aún no llega a los límites de descomposición aberrante que estamos sintiendo con repudio sobre el estado de la justicia en nuestro país.
Es tan desagradable lo que nos está pasando, que con cualquier persona con quien tenemos la oportunidad de comentar este asunto, quisiera que todas las Altas Cortes con todos sus "honorables" miembros fueran arrojados a las tinieblas exteriores, como hizo Jesucristo con los mercaderes del templo.
Es inconcebible que en un país que toda la vida se caracterizó por su sentido democrático, y por su afán de conservar a la justicia como su mayor trofeo, hoy tenga los más altos niveles de corrupción, convirtiéndonos por culpa de un manojo de deshonestos, en uno de los lugares con mayor índice de degradación de las leyes de todo el mundo.
Dejo en claro que estos crímenes que nos aquejan no son responsabilidad de todo el poder judicial, pero como los responsables son, precisamente, los que detentan los puestos de mando, este manto de vergüenza cubre a todo un cuerpo que debería mantener impoluto el prestigio de la República.
Nos hemos quedado atónitos viendo cómo afloran de las alcantarillas insoportables cantidades de hechos con los rasantes comunes de desvergonzadas negociaciones, peculados, cohechos, sobornos y toda clase de delitos de los que está lleno el código penal.
Pero más impactante es presenciar cómo la presidencia de la Corte Constitucional, que en otra época fue ejemplo de honestidad y pulcritud, hoy es repudiada por un pueblo que además de los diarios problemas que tiene que sufrir en manos de los mafiosos, los terroristas, y de la delincuencia común, ahora sus peores ejemplos son una buena cantidad de bandidos de cuello blanco apertrechados en los vetustos salones donde se debería impartir justicia, cubiertos con las togas que les ocultan la cara para tratar de tapar vergüenzas propias y ajenas.
Es perentorio iniciar la reforma a la justicia, porque no nos queda tiempo para enderezar el camino que tenemos por delante, y que de no hacerlo, la historia nos castigará dejándonos en manos de los timochenkos y sus esbirros, ante la inutilidad de los dirigentes por no saber defender lo que nos dejaron nuestros ancestros, quienes entregaban hasta sus vidas en defensa de las leyes.
Recordemos que no solo hay quien peca por la paga, sino que también es igual de responsable el que paga por pecar. Este es un punto que debe tenerse muy en cuenta al realizar las drásticas reformas que están obligados a ejecutar los personajes que tendrán en sus manos la obligación de salvarnos del terrible abismo que tenemos por delante.
Hay muchos responsables de los carteles de todo tipo y no soportaremos seguir viéndolos en las calles gozando de libertad, por culpa de magistrados y jueces venales.
¡Es el momento de retomar el rumbo!
P.D.: Todos los hombres estamos hechos del mismo barro, pero no del mismo molde.
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