La historia de Venezuela huele por todos lados a dictadura, a un simulacro de democracia en la que se han acostumbrado a vivir desde los tiempos de la república. Ya en los tiempos modernos, el decir popular es que habían tenido tanta riqueza con el petróleo y las minas de hierro que preferían abrir las puertas de sus empresas y de sus campos para que fueran los colombianos, que como buenos pobres siempre estaban más preparados tanto tecnológica como culturalmente, para que fuéramos nosotros los que les manejáramos toda su industria y su vida de ricos epulones.
Pero como la vida gira constantemente, cuando menos lo esperaban el destino les jugó la mala pasada de dañarles su tranquilidad, y su felicidad que era comprar todo al por mayor aunque no fuera necesario, cambió con la llegada de un dictador que los despertó de su sueño y les hizo comenzar a vivir la espantosa pesadilla, actual cuyo fin está lejos de avizorarse.
Pasada la era Chávez, con quien tuvimos cientos de encontrones por su endiosada manera de tratar a todo el mundo, creyéndose el chafarote más poderoso del continente, tuvimos unos minutos de tranquilidad pensando que al fin nuestros vecinos iban a cambiar de horizonte, y a nosotros junto a ellos nos vendrían también mejores épocas, sin tener que vivir pensando en los gritos desentonados y las amenazas de los diez batallones apuntándonos desde las fronteras.
A pesar de que este nuevo Atila comenzó desde muy temprano a demostrar su demencia, hablando con pajaritos y durmiendo en el ataúd de su jefe, en muy poco tiempo arrancó con su socialismo bolivariano y hasta el momento no ha dejado títere con cabeza.
Lo más simpático es que como ha sido manía de estos dictadores, cuando les llegan días difíciles, y esto es casi siempre, lo primero que hacen es desmontarse por la enjalma y echarle la culpa a Colombia, como si no hubiéramos sido nosotros quienes les hemos ayudado permanentemente a sobrevivir en sus peores momentos.
Colombia ha sido siempre una nación pacifista hacia el exterior de las fronteras, aunque increíblemente violenta en el interior del país. Tal vez por eso los vecinos se han creído con el derecho, como lo está haciendo el dictadorzuelo de marras, de ofender con su léxico vulgar y amenazante, no solo a las autoridades que han aguantado demasiado, sino a los colombianos que no han sentido el respaldo de su gobierno para evitar que los estén pisoteando en forma bellaca.
Estoy seguro que esto no va terminar en guerra, ni grande ni pequeña, pero es muy desagradable tener que aguantarse a los Diosdado Cabello, personaje energúmeno y verdadero mandamás de ese país, enseñándole a “porky” a demandar respeto, porque según ellos, los groseros somos los colombianos y nuestro gobierno, cuando nos hemos pasado de pendejos sin responder con fortaleza sus inacabables y burdas ofensas.
P.D.: La mujer que no tiene suerte con los hombres, no sabe la suerte que tiene.
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