Todos los actores y dolientes de la escuela en Colombia debemos recibir con agrado los anuncios que en materia educativa hizo el señor presidente de la República en su acto de posesión, el pasado 7 de agosto. Poco qué refutar, excepto la incredulidad, no solo porque ya estamos cansados de promesas incumplidas sino, además, porque no se tiene la claridad de la disponibilidad de los recursos para financiar estas iniciativas, y eso por sí solo genera desconfianza.
Como si todo esto fuera poco, la mayoría de proyectos que gestiona el Ministerio de Educación Nacional van en contravía de los nobles propósitos pedagógicos de la escuela. Ahora están muy ocupados en la sustentación ante el honorable Congreso de Colombia de la creación de la Superintendencia de la Educación… Lo que nos faltaba… El proyecto consiste en crear un organismo de carácter nacional que recibe del gobierno la encomienda de vigilancia y control del sector educativo en Colombia. En dicha sustentación se argumenta que el control debe ser autónomo e independiente, y que se hace necesario institucionalizar los indicadores de seguimiento a la prestación del servicio educativo. Pero, ¿cuáles son los argumentos que sustentan la inconformidad de un amplio sector de actores de la educación frente a este infortunado proyecto?
La implementación de este organismo genera una carga burocrática de enormes proporciones y, por lo tanto, requiere de una asignación considerable de recursos públicos; en Chile, por ejemplo, funciona con 500 empleados y requiere un presupuesto anual de 26 millones de dólares; recursos económicos y humanos que le vendrían muy bien a la escuela.
El problema de la calidad de la educación en Colombia no pasa por la falta de vigilancia y control. Las secretarías de Educación y el propio Ministerio tienen estas unidades de trabajo con unas funciones muy específicas y cuya tarea misional es la intervención de todas las situaciones que vulneren el derecho a la educación o que afecten, parcial o totalmente, el servicio educativo.
Los grandes esfuerzos para mejorar la calidad de la educación no se deben hacer en la gestión administrativa, se tienen que hacer al intervenir y mejorar la gestión académica y curricular. La esencia de la escuela no es la administración, es la pedagogía, en este sentido deberíamos ocuparnos de los maestros, de sus condiciones laborales, de su seguridad social, de su reconocimiento y dignificación; de los programas curriculares, de las estrategias didácticas, de los modelos pedagógicos, de las condiciones del bienestar estudiantil de nuestros niños y jóvenes, de los ambientes físicos escolares, en su infraestructura y equipamiento; es en estas dimensiones donde encontramos el itinerario de la excelencia educativa.
Paralelamente, se generan algunas reflexiones que por sí solas dan cuenta de lo equivocado que tenemos el camino:
En lugar de buscar más agentes de control, ¿por qué no buscamos maestros de educación física y educación artística para los niños de las escuelas de Colombia?
En vez de buscar más agentes de control, ¿por qué no fortalecer los equipos interdisciplinarios de profesionales que atiendan, efectivamente, la población con necesidades educativas diversas?
En lugar de buscar más agentes de control, ¿por qué no vigorizar la educación preescolar y atender niños, desde los tres años, en las escuelas públicas de Colombia?
Finalmente, para mejorar la calidad de la educación en Colombia, ¿se requieren maestros íntegros e idóneos, o simples agentes de control...?
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