En las dinámicas de la escuela no es justicia, ni mucho menos equidad, tratar a todos los estudiantes por igual, porque equidad es proporcionar a cada uno de ellos lo que necesita para su desarrollo. Un niño asiste a la escuela para recibir su propio plan de formación, no el de otro, y la homogeneidad en la escuela ha causado muchos traumas, de modo que entre más diversa, variada y polisémica sea la escuela, mayor será su riqueza y más amplio el espectro de oportunidades que les brindará a sus miembros. La escuela no existe para nivelar talentos y visibilizar deficiencias, pues su misión principal es la potenciación de virtudes y la superación de dificultades. Con una fábula maravillosa ilustraré más ampliamente el mensaje que deseo compartir.
Cierta vez todos los animales del bosque decidieron hacer algo para afrontar los problemas del nuevo mundo y organizaron una escuela. Adoptaron un currículo de actividades consistente en correr, trepar, nadar y volar, y para que fuera más fácil enseñarlo. Todos se inscribieron en todas las asignaturas. El pato era un estudiante sobresaliente en natación, de hecho muy superior a su maestro, obtuvo un suficiente en vuelo, pero en carrera resultó deficiente. Como era de aprendizaje lento en carrera, tuvo que quedarse en la escuela después de la hora y abandonar la natación para practicar la carrera. Estas ejercitaciones continuaron hasta que sus pies membranosos se desgastaron, y entonces pasó a ser un alumno apenas mediano en natación; pero como la medianía se aceptaba en la escuela a nadie le preocupó lo sucedido salvo, como es natural, al pato.
La liebre comenzó el curso como el alumno más distinguido en carrera, pero sufrió un colapso nervioso por exceso de trabajo en natación. La ardilla era sobresaliente en trepa, hasta que manifestó un síndrome de frustración en la clase de vuelo, donde su maestro le hacía comenzar desde el suelo, en vez de hacerlo desde la cima del árbol, finalmente enfermó de calambres por exceso de esfuerzo y obtuvo una calificación de seis en trepa y de uno en carrera. El águila era un "alumno problema" y recibió malas notas en conducta; en el curso de trepa superaba a todos los demás en el ejercicio de subir hasta la copa del árbol, pero se obstinaba en hacerlo a su manera. Al terminar el año, un águila anormal, que podía nadar de forma sobresaliente y también correr y trepar y volar un poco, obtuvo el promedio superior y la medalla al mejor alumno.
Hasta aquí la fábula, que ciertamente logra parodiar lo que en muchas ocasiones sucede en una escuela regular, en la cual por medio del currículo, las metodologías, las estrategias didácticas y los protocolos de convivencia se busca "estandarizar" o "normalizar" los desempeños y las competencias de los estudiantes. Y lo más desafortunado es que en muchas ocasiones se consigue.
La escuela de las diferencias nos humaniza, nos hace mejores. La escuela de las diferencias hace posible que todos podamos sentirnos bien en ella, que todos podamos aprender. Por el contrario, la escuela homogeneizadora acrecienta y multiplica las víctimas. El pato se amarga en la escuela, se desnaturaliza, acaba nadando peor, se compara con los que trepan y vuelan y se siente desgraciado, incluso aprende a ridiculizar a quienes nadan peor que él; en definitiva, se convierte en una víctima. ¿Será posible conseguir una escuela donde todos los niños aprendan, se respeten y se quieran? ¿Será posible hacer de la escuela un trasunto de lo que debería ser una sociedad para todos, en donde la justicia, la solidaridad y el respeto fuesen las leyes de la convivencia? Esa es la ruta, hacia allá debemos ir, en eso deberíamos estar. No corren tiempos fáciles. En una sociedad donde prima el individualismo exacerbado, la obsesión por la eficacia, la competitividad extrema, el conformismo social y el relativismo moral no es fácil tener en cuenta que la competición está truncada. La diversidad, la multiculturalidad y el respeto a la diferencia incluyen igualmente a los maestros, quienes tienen también sus matices ideológicos, estéticos y culturales, y quienes además cuentan su propia historia. De ahí que no esté de más recordar las palabras del filósofo francés George Steiner: “La relación maestro-alumno es una alegoría del amor desinteresado”.
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