Dedico este espacio, en esta oportunidad, para exaltar la noble y excelsa tarea de la educación. El 15 de mayo, en Colombia, fue señalado como el día del Maestro, en homenaje a san Juan Bautista de la Salle, patrono de los educadores (patronato signado por el papa Pío XII) y cuyo gran mérito fue el haber abandonado sus comodidades económicas al vivir entre los pobres y ayudarlos a superar su condición con el convencimiento sincero de que era por medio de la educación como alcanzarían tal propósito.
Esta fecha nos debe servir para reflexionar sobre esta vocación tan importante en la vida del ser humano. Sin duda, la historia de cada individuo está estrechamente ligada a algunas personas que fueron determinantes en su perfil y, sin duda alguna, entre ese selecto grupo hay un maestro; ese ser humano que entiende, perfectamente, que no se educa solo con la palabra, ni con el conocimiento, ni siquiera con una habilidad específica; se educa con el alma, con el cuerpo, con la mente, con el corazón; se educa con la pasión y con la fuerza del amor.
Los procesos de enseñanza que no comprometan estas dimensiones humanas son solo instrucción y adiestramiento. Ese gran maestro que uno recuerda con cariño y gratitud, necesariamente, interiorizó y aplicó el profundo mensaje del gran pedagogo malagueño Miguel Ángel Santos Guerra: "Enseñar no es una forma de ganarnos la vida, es ante todo hacer que otros ganen la vida". Este maestro tiene claro que un ser humano no se gana la vida con lo que aprenda, no vive de sus conocimientos o de sus habilidades, uno vive de lo que es, de su esencia, y allí se conjugan y se funden en una sola energía y en un solo hálito sus afectos, sus emociones, sus conocimientos, sus destrezas, sus valores y sus creencias. Todos estos elementos conforman el vital ejercicio de la existencia humana, que debe desarrollarse con el acompañamiento de la familia y la escuela, un buen maestro sazona estos ingredientes con especial afecto y deja impregnado en sus estudiantes ese sabor que perdurará por toda su existencia. Un buen maestro alcanza, indiscutiblemente, a despertar el interés de sus estudiantes, los motiva frente al aprendizaje y les hace sentir que asisten al rodaje de la película de su vida, en la cual cada uno de ellos es el actor principal. Entiende, sencillamente, que el aprendizaje es un acto de amor y tal como lo cita Horace Mann: "El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar en hierro frío".
A todos los maestros que aman lo que hacen, que enseñan con pasión, que dejan gratas huellas en el corazón de sus estudiantes, que trascienden de su propia vida a la de sus discípulos, que hacen arder sus forjas en la fragua de la vida, a todos ellos, mi sincero reconocimiento, mi perenne gratitud, mi constante admiración y que la triunfante vida de sus estudiantes se convierta en la principal recompensa ¡Feliz vida, maestro!...
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