Isaías 53, 10-11; Salmo 33; Hebreos 4,14-16; Marcos 10,35-45
¿Cuáles han sido los tragos amargos que has pasado en tu vida? Conviene que vayas a tu historia y recuerdes aquellos momentos en los que el alma se arrugó y tus ojos se inundaron de lágrimas. Has sentido desgarrarse las fibras más profundas de tu existencia y una oscura atmósfera ha comenzado a invadir el camino. Allí, cuando las fuerzas han faltado y la mente se ha cerrado a la comprensión de tales sucesos, Dios mismo se hace plenamente solidario con el sufrimiento humano: “el trago amargo que yo voy a pasar, lo pasarán”.
La oscuridad más intensa de la noche ha sido vivida por el Hijo de Dios. Es por esto por lo que en Él encontramos sentido a nuestro sufrimiento. El dolor que producen estos acontecimientos se convierte en camino y en puerta. Camino para adquirir el sentido de la vida y puerta para entrar en la Gloria. Ante la pretensión de los discípulos: “concédenos que, cuando estés en tu trono, nos sentemos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”, viene purificada por el anuncio del dolor: ¿son capaces de pasar el trago amargo que yo debo pasar y de sumergirse en las aguas en que yo me voy a sumergir?
Los discípulos responden que sí. (Sumergirse en las aguas dan la idea del Bautismo). En esta actitud se desvela un secreto escondido que ya nos lo da a conocer el libro del Eclesiástico: “hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba” (Eco 2,1). Solo que en la “prueba” ya tenemos una certeza: “como Él ya ha pasado por ella, estará con nosotros y nos dará las fuerzas para superar todos los tragos amargos”. La clave es confiar en Él, en su misericordia, poner nuestras fuerzas en Él, porque “los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia” (Sal 33). El Señor “te libra de la muerte y te reanima en tiempo de hambre”.
Él se convierte en “tu auxilio y tu escudo”. Tu vida volverá a ver la Luz con una gran alegría: “el conocimiento de Dios te saciará”. Y si esto es así, si Dios mismo sacia tu sed, si el agua viva está presente en todos los desiertos de tu camino, ¿qué miedo podrás tener? “Únete a Él y no te alejes, para que al final te veas enaltecido; acepta lo que te venga y sé fuerte en dolores y humillaciones, porque en el fuego se prueba el oro y los que agradan a Dios en el horno de la humillación… espera en Él” (Eco 2, 3-6).
Luego del paso por la cruz viene la resurrección. Cuando hemos pasado por ese trago amargo, nuestro espíritu se ha templado y descubrimos que en la debilidad hemos sido fuertes. Ahí está la indicación de Jesús a sus discípulos: “busquen primero el Reino de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura”; vendrá la fuerza que jamás imaginábamos pudiéramos tener. Ya no buscaremos el poder en nuestros propios proyectos, sino en Él. Es por esto por lo que el servicio más grande que puedas darle a una persona es anunciarle a Jesucristo. Es así como te transformarás en verdadero servidor y no pretenderás “puestos de honor” sino que desearás el único servicio verdadero: amar hasta que duela, así como Jesús mismo no vino a “ser servido sino a servir y a entregar su vida en rescate de la tuya”.
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