Jeremías 31, 7-9; Salmo 126; Hebreos 5,1-6; Marcos 10,46-52
¡Qué grande noticia llega hoy a tu vida: “Tu llanto se transformará en Alegría”! Por favor piensa en este momento en las situaciones que en estos días te han hecho llorar. ¿La realidad de tu hogar? ¿Una enfermedad? ¿Un hijo o una hija que están sufriendo? ¿Alguna situación económica? Toma conciencia: todo cambiará, porque este llanto de tristeza se transformará en llanto de gozo.
El pueblo de Israel que estaba exiliado y que ha partido al desierto en medio de las lágrimas y la desolación, ahora, cuando ha intervenido el Señor en sus vidas, sus miembros retornan alegres, entre cantares, llenos de esperanza y felicidad porque la antigua condición de esclavitud y sufrimiento va pasando, regresan todos: “Hasta los ciegos y los cojos, las embarazadas al igual que las madres con recién nacidos, ‘volverá una enorme multitud’”! “Regresarán los que lloran; el amor del Señor los llevará a corrientes de agua por un camino llano, donde no tropiecen”.
¡Qué magnífica noticia! Dios mismo ha metido su poder, su mano, su Gloria. Como el Padre que ama a su hijo, el Padre conducirá a su pueblo al banquete de la verdadera felicidad. El que está ciego, a imagen de Bartimeo, hijo de Timeo, puede gritar, alzar la voz hasta que el mismo Señor le escuche y le mande a llamar para que, delante de él, pueda hacerle la pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”.
Hace tiempo que vienes en el exilio; en desierto. Las deudas crecen; la hija o el hijo no salen de su esclavitud; el hogar viene de tumbo en tumbo; sientes un cansancio de la vida; has perdido el sentido de todo lo que haces; esta situación de corrupción te ha desanimado en tu actuar político, hasta el punto de no querer votar; te rodea una sombra, una espesa nube oscura que no te deja “ver”, como si tuvieses una venda en los ojos que te hace chocar con todo cuanto tropiezas en el camino. Mejor dicho, todo cuanto acaece en este momento resulta una situación que llena tu ser de angustia y tristeza.
Pues ahora mismo te queremos llevar delante del Maestro para que, dejando tus seguridades —así como el ciego dejó su capa—, delante de Él, tú puedas decirle, ante la pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti?, “Jesús, ¡qué yo pueda ver! Que pueda ver de nuevo a mi esposa, a mi esposo, a mis hijos. Los he olvidado por colocar de primero en mi vida el trabajo, el deseo de ganar siempre ¡dinero, dinero dinero! con el afán de darles “cosas” y he olvidado la felicidad de la vida; que yo pueda ver el sentido de esta enfermedad y entrar en ella con la fe; que nuestro país pueda ver la verdadera paz; que nuestros hermanos con responsabilidad política puedan ver el bien común de cada uno de nosotros y lo puedan defender; que todos veamos la necesidad de ejercer el deber del voto consciente; que podamos ver los daños que produce la mentira, la hipocresía, la falsedad de la vida; que nuestras madres puedan ver la bendición de sus hijos y no los aborten; que aprendamos a ver el sentido del sufrimiento y no caigamos en la pendiente resbaladiza de la eutanasia; que nuestros empresarios puedan ver la justa remuneración de sus empleados y no los martiricen humillándolos con la amenaza de la pérdida de su empleo; que podamos ver las consecuencias de ingerir drogas y las desgracias que producen; que podamos ver el verdadero sentido del dinero y entremos en la comunión de bienes… En fin, Padre Santo, que podamos abrir los ojos a la vida y podamos dar nuestro voto para eliminar: toda la inmundicia de nuestro corazón; todo nuestro espíritu de corrupción, toda la tristeza de un país en guerra permanente, toda la melancolía… y así podamos, con claridad, saber elegir el bien y no el mal; más aún, saber “vencer el mal con la fuerza del Bien”.
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