¿Te has extraviado alguna vez en una gran ciudad o en un bosque o en un monte? ¿Incluso en situaciones más simples como no encontrar una dirección que se necesita con urgencia… qué sentimientos experimentas? Ansiedad, angustia, desolación, miedo, desesperación. De igual manera podrías pasar tus días, en una preocupación por lograr alcanzar las metas que te has propuesto: Tener una casa con determinada forma, obtener un trabajo de exclusivas características y sueldo, que tus hijos sean los profesionales que tú quieres, que alcances los títulos que te harían importante. Muchas medidas las colocas tú. Cuando aparece una enfermedad, por ejemplo, surge la amargura del “no poder” hacer; tu cuerpo no responde de la manera que quisieras, tus fuerzas se sienten limitadas, los proyectos entran en incertidumbre y podrías hasta enfrentarte, inevitablemente, al ¡trágico abandono de la muerte!
Estás buscando la felicidad con tus propias fuerzas y muchas veces pierdes la paz. Una discusión con la persona que amas, el no poder ver a tus hijos como lo has soñado, el no poder amar a tus padres como lo has deseado, una murmuración contra ti de tus mejores amigos, una traición a la confianza puesta en alguien, unas críticas destructivas de tus compañeros de trabajo, son situaciones reales que logran desestabilizar tu existencia, perder el rumbo de tu vida, destruir el ánimo y derrumbar tu alegría de vivir.
Ahí, en medio de todas estas tormentas, desde lo más profundo de la oscuridad sentida, se escucha esta voz de Jesús que resuena: “No pierdas la calma, cree en Dios y cree también en mí”. Corresponden estas palabras a las que han resonado en días anteriores: “No tengas miedo, yo estoy contigo, yo he vencido al mundo, el que cree en mí, no morirá para siempre!
¿Te has perdido en los senderos tenebrosos de tus propios proyectos? Hoy te dice: ¡Yo soy el camino! Caes en cuenta que la expresión tiene un artículo determinante: el camino, no dice un camino entre tantos. Esto significa que en tu situación de tiniebla y en tus sombras de muerte, Él es la Luz que no tiene ocaso. Si llegas a creer en Él, las puertas se te abren, la angustia desaparece, llega tu consuelo, eres capaz de entrar en tu enfermedad y ver en ella una verdadera bendición para tu vida, te descubres capaz de no renegar de las situaciones adversas y comienzas a ver la vida con otros ojos.
A tal punto llega la importancia de tener la fe, que hoy el Señor te revela algo insólito: “El que crea en mí, también hará las obras que yo hago y aún mayores”. Te das cuenta que esto es algo impresionante: ¡Si crees, podrás hacer obras mayores! La obra que Dios quiere es que lleguemos a creer en su Hijo Jesucristo, porque, esta fe en Él, esta confianza en Él, hará que realices la obra única necesaria y más importante: AMAR. ¿Amar a quien? A tu enemigo, es decir, a quien te destruye, te desestabiliza, te desinstala. Esto no lo hace todo el mundo, sólo puede realizarlo quien tenga a Jesucristo resucitado dentro de sí. Es por esto por lo que, en vez de darle término al matrimonio por las dificultades vividas, por la fe en Él, llegas a conocer las causas de estas divisiones, y logran comprenderse, aceptarse y amarse verdaderamente. Sólo que es necesario llegar a creer. ¿Cómo? ¿De qué manera puedo llegar a creer? Te lo diré en el próximo escrito cuando nos encontremos. Por ahora… No pierdas la calma.
* Miembro del Equipo de Formadores en el Seminario Mayor de Manizales
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