Jeremías 31,31-34; Salmo 50; Hebreos 5,7-9; Juan 12, 20-33
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna». Enseñanza fuerte y profunda que nos trae hoy la Palabra de Dios antes de entrar en la celebración de la Pascua.
Cuando piensas en la muerte, evocas no sólo pensamientos de ‘pérdida’, sino también de dolor y angustia, precisamente, por este ‘perder’. Sin embargo, en el tono de la Palabra escuchada, hay una sensación de alegría y no de dolor: “el grano que muere, produce la vida”. En efecto, te das cuenta que para germinar un nuevo árbol y dar fruto su semilla debe ‘explotar’, ‘morir’, para comenzar un nuevo desarrollo de vida. Así, observas la Cruz y vienen a ti sentimientos de dolor a causa de la injusticia cometida y del dolor experimentado por Jesús en ella. No obstante, experimentas ‘alegría profunda’ al llegar a creer que su ‘muerte’ ha abierto el camino de la vida, que las ataduras causadas por la ruptura con el Padre, han sido ‘desatadas’ y que ‘hemos sido comprados a precio de la sangre preciosa’.
Un muro separaba al hombre de Dios: “el odio”. La mentira original de la serpiente al ser humano le ha dicho que “Dios no le ama” (Cfr. Gen 3,1 ss). Cuando contemplas la Cruz y a Jesucristo crucificado en ella, te das cuenta que por su amor hasta el extremo, viene cancelada esta mentira: “Dios te ama de una forma escandalosa, te ama hasta dar la vida de su único Hijo por ti; hasta ver derramar su sangre totalmente para pagar toda la deuda contraída por esta separación de su amor, pues “el salario del pecado es la muerte”. Era imposible que, a causa del pecado, tú y yo pudiésemos amar y Cristo en la Cruz ha hecho posible que tú y yo pudiéramos amar de nuevo, ya no con un ‘querer’ simplemente humano, cargado de múltiples esclavitudes sino con el Amor libre y de donación total que recibe el nombre de ‘Ágape’.
El Amor mismo, se ha dejado matar. Ha subido voluntariamente en la Cruz para hacernos libres plenamente: “nadie me quita la vida, yo la doy” porque no hay mayor amor que dar la vida por los amigos y a ustedes ya no los llamo siervos sino amigos, pues el siervo no conoce lo que hace su Señor. A ustedes los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que el Padre me ha dado.
Cuando mueres a ti, produces vida. En una discusión de pareja, si alguno de los dos ‘muere’, gana la pareja, el hogar, toda la familia. Si mueres a seguir alimentando tu resentimiento y tomas la decisión de perdonar, has producido la vida, no sólo en ti, sino en los otros. Esto sería ‘humillarte’, perder la ‘imagen’, a veces ‘quedar mal’. Si llegas a enfrentar esta ‘derrota’ ante el mundo, habrás ganado la vida verdadera, aquella que consiste en la paz y en el amor. Si por el contrario, te buscas a ti mismo (a), dejas que la soberbia alimente tu existencia, verás destruir poco a poco toda la vida. Muere el hogar; el trabajo; la amistad y tus proyectos. Mejor dicho: “pierdes la vida”. Llegará un día el ‘ataúd’ y te descubrirás fracasado (a) porque no pudiste cosechar lo único importante para vivir: “el Amor”.
Ahora sí comprendemos: “el que se ama a sí mismo, se pierde; en cambio el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la Vida”.
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