Si Dios en sueños se te apareciera y te dijera: “pídeme lo que quieras”, sinceramente ¿qué le pedirías en este momento de tu vida? A lo mejor, le suplicarías que te diera con qué pagar las deudas, una casa propia, el paso a la universidad, la curación de tu enfermedad, la salud de tus hijos, una buena esposa o la venganza de tus enemigos. Es decir, rogarías que Dios mismo te quitara todos los problemas, porque no quieres sufrir.
Al escuchar la Palabra de este día, te das cuenta cómo el gran rey Salomón, ante la misma posibilidad de hacer la petición, suplica que Dios le conceda un solo bien: un corazón dócil. Aquí puedes ver cómo Dios concede al rey lo principal para su vida por no haber pedido riquezas o cosas de su interés personal, sino haber deseado “tener a Dios mismo dentro de él”. De esta manera podría hacer las dos cosas fundamentales y necesarias: gobernar a su pueblo y discernir el mal del bien.
Si observas con detenimiento, la petición del rey, va dirigida a lo fundamental de la vida, a lo único necesario para alcanzar la felicidad: un corazón dócil capaz de escuchar, un corazón sabio e inteligente. En realidad se trata del Reino de Dios dentro de él mismo. Jesús lo va a exponer comparando el Reino, con un tesoro escondido en el campo, “el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo". De igual manera se parece a un vendedor de perlas finas, que al encontrar la de más grande valor se va a vender todo lo que tiene y la compra. Seguramente viene a tu mente otro momento en el cual, ante un joven muy rico, Jesús le plantea el camino de la perfección o felicidad verdadera: “si quieres ser plenamente feliz, ve, vende todos tus bienes, da el dinero a los pobres y luego… ven y sígueme”. Y ante las preocupaciones normales de la vida, en otro lugar, cuando está de visita donde unos amigos, el Maestro dice a una joven llamada Marta: “Marta, Marta, andas preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria”. María ha escogido la mejor parte. Y María, se encontraba a los pies de Jesús “escuchando su Palabra”.
Un corazón capaz de escuchar, lo puede dar el Espíritu Santo, el cual has recibido en el momento del Bautismo. Esto significa que ya tienes dentro de ti la semilla de la plena felicidad. Esta, no está fuera de ti, está muy dentro, en tu corazón; y cuando éste, se vuelve dócil, adquiere la pobreza del Evangelio: la confianza absoluta en Dios Padre. Entonces ya no se preocupa por lo que va a comer o a vestir, porque ya conoce al Padre y sabe que Él, así como da el alimento a los pájaros día a día sin fallarles y da el vestido a los lirios del campo, aquello que ni siquiera el rey Salomón puso sobre su cuerpo, ¡cuánto más dará a sus hijos el Espíritu Santo cuando se lo pidan!
El corazón dócil da la sabiduría de vivir, el arte de vivir. Poder discernir con fe adulta el bien del mal, evita el sufrimiento innecesario de cada día. Permite pasar la vida en cada instante con pleno gozo, paz y armonía. Ninguna tormenta o dificultad le deja caer en depresión o angustia. El tesoro escondido y la perla más fina, corresponden, por tanto, a la relación con el Padre Dios, la cual garantiza que vivas a cada minuto seguro en todo, con la certeza que quien busca primero el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se le dará por añadidura.
* Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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