LA PATRIA | MANIZALES
Leyendo una obra del obispo Fulton J. Sheen me he encontrado con este título de una de sus teleaudiciones: “Lo grandioso de la pequeñez”. Inmediatamente he pensado en transmitirlo a nuestros lectores ya que expresa claramente el mensaje de la Palabra de Dios en este domingo: “…canta hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto cabalgando en un asno”… “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. En otro lugar de la Escritura lees: “El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”… “…si no se hacen como los niños no entrarán en el Reino de los cielos…” “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos”. Observas en el texto que dice: ‘es’, en presente, es decir, el que es humilde ahora, el que se hace como niño, ya vive el Reino aquí y este Reino es ‘la vida más feliz’.
¿Qué significa ser niño? Francis Thompson ha dicho que significa vivir en una cáscara de nuez, teniéndose a sí mismo por rey del espacio infinito: “Significa ser capaz de transformar sandías o calabazas en grandes coches, ratones en briosos corceles, ser capaz de recoger polvo de oro andando entre estrellas. Significa también sentarse en el seno de la Madre Naturaleza y disponer sus trenzas de infinitos y caprichosos modos para ver cómo es que queda más hermosa y galana”.
El humilde obtiene siempre la victoria: Este rey montado sobre un asno, sin apariencia de poder, “destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones… dominará de mar a mar hasta los confines de la tierra”. Jesucristo es ¡el Humilde!; quien “siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,6-11). La paz en Colombia y en el mundo se logra cuando verdaderamente desarmemos los corazones en Aquél que nos abrió su corazón derramando sangre y agua.
En cambio la persona soberbia y orgullosa siempre pierde y su vida la transcurre infeliz. El orgullo procura obtener el primer lugar para que los demás puedan exclamar: “¡Oh, cuánta grandeza! Pero también sutilmente, el orgullo puede inducir a ocupar el último lugar para que los demás exclamen: ¡Cuánta humildad! Es un verdadero engaño. Todo pasa. El poder pasa, la fama también pasa, los títulos y los honores quedan en trofeos y medallas colgadas en la pared. La enfermedad, la vejez y la muerte nos nivelan a todos. Insultar al otro y elevarle la voz imponiendo nuestro yo, mata y hace daño. El humilde se deja ‘matar’, esto es, calla y espera a que la rabia pase. Todo se ve distinto cuando se entra en la calma. Vale también esto para nuestros excelentes futbolistas. Que no dejen de ser ‘pequeños’, que la fama no los embriague, que puedan seguir pensando como han escrito en twiter: ¡La alegría es para Colombia y la Gloria es para Dios! Esto nos gusta a todos, es una chispa que nos deja ver ¡lo grandioso de la pequeñez!
* Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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