LA PATRIA | MANIZALES
Comienza la Semana por la Paz en Colombia. Podría definirse el término paz como la virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y a las pasiones. Pública tranquilidad y quietud de los Estados, en contraposición a la guerra. Paz interior, en la misma línea, sería calma y serenidad en el diario vivir y fortaleza de ánimo en medio de las adversidades; como tal, es un fruto del Espíritu Santo.
La paz produce alegría y no solo es bienestar, es algo superior al simple “estar bien”. Todos, por ende, anhelamos esta paz. Es más, este deseo está ya, desde nuestro nacimiento, inscrito en el corazón.
¿Cómo se logra vivir en paz? Nos decía la Palabra de Dios en estos días que es del corazón de donde salen odios, riñas, división, violencia, palabras hirientes, chismes, juicios, señalamientos y resentimientos. Para obtener la paz, por tanto, tendríamos que sanar las heridas del corazón.
No vivir en paz es una ceguera. Jesucristo es el único que puede abrir los ojos a los ciegos. Su muerte en la cruz, desveló el misterio del amor de Dios hasta el extremo y su resurrección canceló el poder de la muerte. Lo contrario a la paz es la muerte, porque ésta, es no poder amar. Si no te sientes amada o amado, tu vida entra en angustia y tristeza y esto es lo que refleja tu existencia en el diario vivir. Tu vida puede pasar en amargura porque tu corazón, a lo mejor, está sumergido en una profunda tiniebla, en una elocuente turbación a causa de la esclavitud producida por las dominantes pasiones. La depresión, por ejemplo, es un decaimiento del ánimo y de la voluntad.
La paz entonces, no se logra con nuestros propios puños. En realidad es un don de Dios. Viene de dentro del ser humano, no es posible obtenerla desde fuera. ¿Has visto en todos estos días los llamados diálogos de paz? ¿Por qué son tan difíciles? ¡Cuántos años de guerra en nuestro país! Se ofrecen soluciones políticas y siempre están marcadas por los intereses personales de cada una de las partes. Los “corazones se enfrentan armados” y ninguno está dispuesto a morir por el otro. Los pactos buscan que el otro se doblegue a lo que “yo” pretendo, y la imposición busca siempre “vencer al otro”. Así nunca será posible la paz; ni en nuestra nación, ni en nuestras familias, ni en nuestros ambientes de trabajo.
Hoy la Palabra de Dios nos ilumina y nos invita a volver los ojos al Señor: “Príncipe de la paz”. Si llegamos a creer en Él, se despegarán nuestros ojos y podremos “ver”; nuestros oídos sordos podrán escuchar; cojos como somos, saltaremos como ciervos; nuestra lengua muda, cantará; de nuestros corazones resecos brotarán manantiales de agua viva.
La paz sí es posible, permitamos que el Señor sane nuestros corazones.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
Isaías 35, 4-7a; Salmo 145; Santiago 2, 1-5; Marcos 7,31-37.
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