Esta frase que nos trae hoy la Palabra de Dios llama la atención de inmediato: “Y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron”. Digo que es importante porque tendríamos la tentación de pensar que solo unos cuantos estarían “destinados” a la vida eterna. En realidad somos todos los llamados a vivir en continuo estado de “vida eterna”.
Desde el momento del bautismo, cuando hemos sido envueltos en el agua que significa la vida de Dios, ya el interrogatorio que se hace a los padres y padrinos nos revela el tesoro que recibimos: ¿Qué piden a la Iglesia de Dios para este niño? Y la respuesta es: “La fe”. Seguidamente el ministro del sacramento pregunta de nuevo: “Y qué le da la fe? Y la respuesta es: “La vida eterna”. Con mayor conciencia responderá un adulto que va a ser bautizado y que ha seguido una adecuada iniciación cristiana. Fijémonos bien: “recibe la vida eterna”.
La vida eterna es la vida feliz. Jesús el Buen Pastor conduce a sus ovejas hacia la vida eterna cuando da la vida por ellas: “Nadie me quita la vida, yo la doy”, porque “no hay mayor Amor que dar la vida”.
El libro del Apocalipsis nos recuerda que quienes son bautizados reciben una nueva vestidura de color blanco, que significa la resurrección. Y éstos, son los que han lavado sus vestidos en la sangre del Cordero; que vienen de la gran tribulación y es por esto por lo que “están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo”. Estas palabras significan algo muy profundo: se trata de los santos, es decir, de los “separados” para Dios, de los consagrados; de quienes han optado por Jesús como Rey de su existencia y buscan, por tanto, en todo momento vivir el Reino de Dios en su cotidianidad; son los que por costumbre, es decir, por su madurez en la fe son capaces de discernir dónde está el bien y el mal; quienes espontáneamente saben hacer la voluntad de Dios porque la ven con claridad en todos los momentos de su existencia. Éstos: “ya no pasan hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno, ¿Por qué? Porque el Cordero que está delante del trono es su pastor y, en cada segundo de sus vidas, los conduce hacia fuentes tranquilas y… enjuga las lágrimas de sus ojos. En síntesis: el Cordero, a quienes han sido bautizados, los hace entrar en la vida plena y feliz para que nunca caigan en la muerte. Y a esta realidad estamos llamados todos; sin exclusivismos ni discriminaciones; sin méritos de nuestra parte. ¡Tú sí puedes ser santo! Basta que te dejes conducir por el Buen Pastor.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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