1Samuel 16, 1b.6-7.10-13; Salmo 22 (23); Efesios 5, 8-14; Juan 9,1-41
Rubén Darío García, Pbro.
LA PATRIA | MANIZALES
Hoy domingo tiene un nombre especial: “Laetare”, que significa alegría. Es entonces ‘día de mucha alegría’ y las lecturas así lo manifiestan. Tratemos por tanto de entrar en el espíritu de la Palabra de Dios para conocer la ayuda que viene a brindarnos como preparación a la próxima Semana Santa.
Nos llenamos de alegría al experimentar en nuestra vida que ‘El Señor no mira las apariencias sino que ve el corazón’. Un corazón contrito y humillado el Señor no lo desprecia. Además, seguramente, el mismo Señor te ha permitido vivir un tiempo de desierto en tu existencia para bien tuyo: “Te llevaré al desierto para hablarte al corazón”. Este ‘corazón’, que en la mentalidad hebrea significa ‘todo el ser’, a veces se endurece, se oscurece, de modo particular cuando viene golpeado por la soberbia. El ‘yo’, elevado a la enésima potencia, excluye al otro, le discrimina, le rechaza y le mata ignorándolo. ‘Los ojos del corazón’ se enceguecen y hacen que la existencia pierda su sentido y su valor. ¡Necesita la Luz!
En la Sagrada Escritura aparecen varios relatos de ‘ciegos’. Hay un relato del ciego Bartimeo y el de hoy que narra el ciego de nacimiento. Son dos tipos de ciegos. El primero ‘veía’, pero pierde la vista y desea recuperarla; el segundo, ‘nunca ha visto’, porque es ‘ciego de nacimiento’. El primero, dejó perder su vida. Optó por realizar sus propios proyectos buscando la felicidad y se desorientó. Le hicieron creer que la felicidad estaba en adquirir fama, prestigio, honores, dinero. Mirándose a sí mismo, dio rienda suelta a sus placeres y dejó desencadenar la avaricia y la codicia. Vivió muchos años equivocado y sólo cuando llegó un sufrimiento, comenzó a descubrir que la verdadera felicidad no estaba fuera sino dentro de sí mismo. Comenzó a gritar a Aquel que podía sacarlo de su ceguera y una vez delante de Él, ante su pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti?, el ciego le manifestó su deseo de convertirse: “Señor que recupere la vista”. Este puede ser tu caso. Tú puedes ser hoy este tipo de ciego (leer Mc 10,46-52).
Sin embargo, podrías ser más bien este segundo tipo de ciego: ‘el de nacimiento’. A lo mejor, estás acostumbrado(a) a vivir así como vives. Todo te parece bien, normal. Es la manera de vivir, porque no has conocido otra. Crees que lo que vives hoy es la realidad. Te enseñaron desde tu infancia a que debías trabajar para ganar dinero y estar bien, es decir, para tener bienestar. Lo importante es tener con qué comer y vestir, pagar facturas y descansar un poco en vacaciones. Nunca te formaron para ‘ser feliz’ sino para ‘estar bien’. Y así llevas todos estos años de tu existencia, con la preocupación mensual por pagar los compromisos adquiridos y las facturas; buscar la ‘ley del menor esfuerzo’, ganar más trabajando menos y ‘vivir’ lo más cómodamente posible sin preocuparse por los demás, pues ‘cada quien debe vivir como pueda’.
Esta ceguera es peor que la primera; pues, en aquella se toma conciencia de ser ciego, en la segunda ‘no se sabe que se está ciego’. Se está allí, como arrojado en el mundo, simplemente esperando la muerte: “sin poder ser feliz”. Es aquí donde entendemos la actitud de Jesús. Se acerca al ciego y le ‘pone barro en los ojos’. Ante esta incomodidad del barro, el ciego ‘siente la necesidad de lavarse’. Va, se lava, y comienza a ver. Muchas veces el barro que Dios coloca en tus ojos es un sufrimiento como el que ahora estás viviendo. Él no lo manda… lo permite y detrás de él hay un bien. Déjate lavar en la ‘Vigilia Pascual’ el Sábado Santo. Redescubre tu bautismo y comenzarás a ver. Emprenderás el camino de tu verdadera felicidad. ¡Tu ceguera desaparecerá!
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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