Dice Eduardo Galeano que “no seremos plenamente humanos, ni seremos de veras democráticos, mientras no seamos capaces de construir un mundo sin hambre de pan y de abrazos”. Y esto me gusta porque creo que en materia educativa es fundamental pensar en el pan y en la ternura. Con hambre no se aprende, y con violencias, menos.
En el marco de la Ruta de la prosperidad, la Gobernación del Departamento y la Universidad de Manizales, han venido, desde hace una década, estudiando de manera rigurosa la búsqueda de estrategias para andar por el camino de la inclusión. Y justamente porque hablamos de inclusión, es que me parece importante preguntarnos qué tanto hay de los otros y las otras en nosotros. No contradigo, claro, evidencias empíricas que demuestran que las lenguas, las culturas, los géneros, las opciones sexuales, las circunstancias económicas, los territorios que habitamos, las religiones que profesamos, al igual que las capacidades que, de hecho todos poseemos por naturaleza, físicas, emocionales, sensitivas, psíquicas, son factores que contribuyen con que nos sintamos distintos. No obstante… realmente ¿lo somos? ¿Qué tienen de distinto los que no son como nosotros?, me refiero a aquellos que con tanta facilidad llamamos personas con discapacidades.
Nos esforzamos por construir teorías a partir de una “realidad” en la que nosotros somos los sujetos, y aquellos, que no son como nosotros, son los objetos, a los que hay que estudiar y por los que hay que buscar mecanismos para incluirlos; y cuando por fin decimos que los incluimos, en el fondo los seguimos viendo lejanos. ¿Cómo hacemos para tenerlos en cuenta, para que ellos y ellas no se sientan excluidos?, ¿qué nos inventamos?, es lo que se les oye decir a muchos “educadores”.
La profesora Sandra Ziegle, investigadora de Flacso, argumenta que la escuela tradicional tiene el enorme desafío de comprender lo que sucede fuera de sus muros. Para ella, los docentes de hoy continúan trabajando en un sistema educativo que se encuentra cada vez más masificado, desigual, inequitativo y, claro, heterogéneo. Tal, dice, es el gran reto que tienen las instituciones educativas para cumplir el mandato moral y político de ser incluyentes. Sumado a esto, los profesores debemos aprender a ver con sumo cuidado que en las últimas décadas las tecnologías y los medios de información, considerando las dimensiones de la creciente pobreza y marginación, así como sus consecuencias, las múltiples incertidumbres, muestran escenarios distintos de los que otrora se movía la escolarización.
A pesar de que muchos países han adoptado las políticas de la Declaración Educación para Todos, lo cierto es que en la práctica es “casi para todos” o, cuando menos, “para la mayoría”. Y se olvida que quienes más requieren de la educación son los excluidos y marginados, justamente porque les es menester solucionar sus desventajas educativas, sociales y económicas.
Por eso, cuando se habla de que Caldas camina hacia la inclusión, lo que yo veo es que las asignaturas pendientes de equidad, solidaridad, justicia e inclusión se piensan como una prioridad en la Ruta de la prosperidad que tiene su sustento en el logro permanente de una educación de alta calidad. Tal y como lo decía, el siempre recordado Tulio Marulanda Mejía: “Caldas camina hacia la inclusión busca transformar la gestión escolar, facilitándoles a los establecimientos educativos acoger a todos los estudiantes, independiente de sus características personales, sociales y culturales, bajo la premisa de que todos pueden aprender, siempre y cuando su en torno educativo ofrezca condiciones y promueva experiencias de aprendizajes significativos”. Y yo agregaría, y que a ningún estudiante le falte el pan y los abrazos.
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