Por supuesto que también pienso en las campañas políticas que se adelantan por estos días en nuestra ciudad, y percibo el olor de las votaciones del próximo domingo 25 de octubre. Pero no puedo dejar de pensar en la moral. Y cuando lo hago, se me viene a la cabeza esa débil frontera entre lo legal y lo ilegal. ¿Qué es lo que motiva esta división? ¿Se trata de algo que le pertenece al azar, o lo define el poder, o responde a un consenso? ¿Cómo se entiende esa idea vaga de la cultura de la legalidad?
Todavía se escucha decir que “las cosas no son del dueño, sino del que las necesita, o del que se las encuentra”; que “el que parte y reparte se lleva la mejor parte”, o una más que no deja de asombrarme: “Dime de dónde vienes y te diré qué tan legal eres”. Estos dichos, que no me parece que correspondan a los imaginarios de las personas, sino que se han ido arraigando en su propia cultura, señalan los límites entre lo legal y lo ilegal, entre lo moral y lo inmoral.
Al parecer hay quienes acatan la ley dependiendo de las circunstancias. Y aparece el perverso “todo depende de…, de lo que no es difícil inferir que estos comportamientos, bastante extendidos entre nosotros, trasciendan las leyes escritas. Entre tantos dimes y diretes, muchos ciudadanos establecen un consenso verbal de reglas de juego para convivir; y, a partir de ahí, crean sus propias leyes. Pareciera que se creara un marco “jurídico” alterno; algo así como subvertir el orden constitucionalmente establecido y darle vida propia a acuerdos singulares. Se trata de un reconocimiento del otro o de la otra, pero condicionado a si me es útil o no. Las circunstancias por encima de todo; lo esencial se margina.
Creo que la república moral con la que sigo soñando no es asunto secundario, algo que esté fuera, por ejemplo, de las actuales campañas políticas de quienes aspiran a ocupar cargos públicos. La cosa moral no puede seguir siendo distorsionada favoreciendo escenarios en donde lo que se ve son personas que llevan vidas paralelas: una privada y otra pública. No puedo dejar de preguntar ¿por qué un candidato, o mejor, por qué un gobernante no puede ser uno solo, es decir, por qué en público muestra la imagen de que es honesto, leal, decente, respetuoso, honorable… y en lo privado, es todo lo contrario? ¿Por qué a muchos les es tan fácil comportarse mal? Tampoco puedo entender cómo hacen algunos gobernantes para aprobar leyes o establecer acuerdos que no tienen como su basamento el respeto, la solidaridad, la honestidad…En consecuencia, no es difícil explicar el por qué tantas miradas que desprecian la política. Con este tipo de comportamientos lo que se nota es un gran desequilibrio en las instituciones, lo que conlleva gradualmente a la pérdida de la credibilidad y el respeto.
Creo que es fundamental el reconocimiento y la valoración de lo público, porque es una idea trascendental. Y este reconocimiento tiene que estar soportado en una alta calidad moral de todos los ciudadanos, sin excepción.
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