Al igual que todos los colombianos, he venido siguiendo con atención la actual campaña electoral en la que se presentan dos opciones para elegir, el domingo 15 de este mes, al presidente de la República. Y la forma como han transcurrido los hechos me permiten ratificar lo que he sostenido desde que era estudiante de pregrado, luego de posgrado, como profesor y, hoy, como rector: he dicho y defendido que la educación es un complejo acto de provocación de conciencias.
Por ello, he procurado siempre diseñar proyectos educativos que estén estrechamente vinculados a un proyecto que, me parece, continúa inconcluso: la Modernidad, la misma que está envuelta -ya a estas alturas, no sé si para mal o para bien- por el amplio espectro de la globalización. Y digo que no me es posible saber qué tanto afecta, negativa o positivamente, a esta especie humana, si le creo al profesor Luis Jorge Garay, quien alguna vez dijo que la globalización se ha convertido en un proceso contradictorio, desigual, heterogéneo, discontinuo, asincrónico. Quisiera pensar que tanto los ciudadanos como el Estado mismo estarían en la lógica de encontrar caminos que faciliten saborear las posibles mieles que departe la globalización, en aras de lograr un desarrollo sostenible y sustentable. Pero…
Así, en medio de la globalización, el próximo presidente deberá caer en la cuenta de que los ciudadanos anhelan crear nuevas formas de pensar-se. Por ejemplo, es un hecho inocultable que el país se ha ido construyendo, entre otros, a partir de los movimientos sociales. Éstos han terminado por crear lo que los expertos denominan, glocalidades distintas, es decir, habitan y construyen mundos de manera diferente. Estos, hombres y mujeres, generan nuevas perspectivas socio-culturales locales y regionales.
El próximo presidente deberá mantener presente que los movimientos sociales comportan amplios escenarios de producción de conocimiento (el mismo que no siempre se da de manera exclusiva en las universidades). Este hecho relevante, le daría poderosas pistas al nuevo mandatario para pensar en la vinculación entre desarrollo y educación. Esta relación la heredamos de la Modernidad, ese período histórico que conlleva en su propio espíritu la Ilustración, la que se caracterizó por darle luces a instituciones como el Estado- Nación.
A partir de ahí, pienso en un Estado Moderno, en el que los ciudadanos en cabeza del Presidente de la República, nos retroalimentemos y transformemos esta Colombia tan nuestra. Todos -insisto en que la responsabilidad es compartida- junto con el próximo presidente, debemos procurar comprender el contexto en el que vivimos y pensar el país que queremos construir. Y para eso, debemos aprender a asumir nuestra forma de estar y habitar este territorio patrio. Pensar por nosotros mismos, reconocer que somos autores de nuestro propio destino, hacer de nuestro cotidiano comportamiento un ejemplo para los demás, es ser modernos. Y este es el país que quiero.
Pienso, por supuesto en un Presidente Moderno que esté convencido de que las universidades ponemos el acento en el desarrollo sostenible y sustentable, y que éste se da como producto de las construcciones sociales; y que comprenda que nos esforzamos por cumplir el mandato moral y político que emana de la sociedad y a través del cual cobran sentido los derechos y deberes de los ciudadanos.
Pienso en un Presidente Moderno que comprenda que los caldenses, estamos dispuestos (bueno, es lo que quiero creer) a contribuir con la construcción de un gran relato, regional y nacional, que nos facilite poner nuestros sentimientos, conocimientos y experticias en una inmensa trama compartida de esperanzas y de sueños; un sólido relato que despoje las desconfianzas y las violencias de palabra y obra, y reestablezca la perpetuidad de los valores como la lealtad, la solidaridad, la justicia y la inclusión.
Pienso en un Presidente Moderno que vea la educación como un infinito acto de provocación, que motive las conciencias para que hagan de este territorio el mejor espacio para vivir.
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