Quiero pensar que todavía en el mundo la atención está puesta en el cumplimiento no solo de los deberes, sino –y quizás más importante– de la normatividad que emana de la ética que prescribe cómo deben ser las actuaciones de los ciudadanos en todos los escenarios existentes y posibles.
Me niego a creer que el surgimiento de leyes y reglamentos respecto del proceder cotidiano que proviene de la ética, ya corresponde al plano de la ficción. Aparentemente se nos abren los ojos cuando vemos las consecuencias que provienen de uno de los más nocivos males que sufrimos: la corrupción, que tiene implicaciones en todos los instantes y escenarios de la vida, desde las mismas noticias que registran atentados a la cosa pública, hasta los hechos que están vinculados con el mundo financiero, económico, social y político. Noto una especie de atracción fatal que se identifica con actuaciones públicas y privadas de ciudadanos de ‘a pie’ y de quienes han pasado por las aulas de universidades que son contrarias a las prescripciones de la ética y de los códigos deontológicos.
Cuando hacemos referencia a una conducta moral de nuestros profesionales, pensada desde la ética, lo que deseamos es materializar actuaciones cotidianas a través de las cuales se ejerzan comportamientos que se conviertan en ejemplo para todos los demás. Éste, por supuesto, es un parámetro que debe tener efectos universales y de los cuales nadie debe estar exento.
En este orden de ideas, me parece que quizás debamos replantear la forma como nos relacionamos con los otros; reconocerlos y aceptarlos como son. Pero, también, se hace -insisto en ello- en la auto exigencia que hagamos en el cumplimiento de las reglas prescritas por la ética. Quizás esto proporcione lo que los expertos denominan "probidad profesional".
Y este llamado que hago no es una idea con visión de futuro. Es una necesidad del ya, del inmediato presente. Urge que nuestras actuaciones se manifiesten ahora mismo en el reconocimiento de que no siempre tenemos la razón, que quizás sean los otros los que la tengan, o, que ninguno.
Comprender esto, es decir, mirar con mucho cuidado las relaciones estrechas entre la ética y nuestras -las de todos, sin excepción- actuaciones cotidianas, quizás nos lleven a no aceptar lo que está pasando con los comportamientos de algunos de quienes, por ejemplo, adelantan la actual campaña electoral. Me queda la sensación de que algunos de quienes están aspirando a gobernar este país para los próximos cuatro años se resisten a reconocer a los otros en lo que estos son.
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